En su libro Lo malo de lo bueno (1987), Paul Watzlawick nos relata la historia (desconozco si real o ficticia) de un joven austriaco llamado Franzl Wokurka, que experiencia un dilema al leer en un jardín público un letrero: Prohibido pisar el césped. Los infractores serán multados.

Indicando la etimología de la palabra que cuando nos encontramos ante un dilema nos vemos abocados a elegir entre dos opciones, a Franzl se le presentan dos vías posibles. Por una parte, puede ver esto como una oportunidad para manifestar su libertad ante una autoridad (a su parecer, arbitraria) y pisotear el césped a su antojo asumiendo el riesgo de ser pillado y castigado, o puede acatar la norma viviéndola como una humillación en la que un simple letrero toma el control sobre su comportamiento.

Con estas, el chico se quedó pensativo mirando el cartel y oscilando entre las dos opciones que tenía durante un buen rato, hasta que, como sospechosamente tiende siempre a suceder en las historias con moraleja, ocurre algo inesperado y relevante.

Las flores son realmente bonitas. Este pensamiento atravesó la cabeza de Franzl como una daga afilada. Las flores son realmente bonitas. Cabía otra posibilidad que no guardaba relación con las dos anteriores, un tercero en discordia. En este caso, implicaba el abandono de la lucha maniqueísta entre él y la autoridad, desplazando la atención hacia la experiencia estética de contemplar las flores. Evidentemente, esto no supuso un insight permanente para el joven, pero por unos momentos consiguió atisbar un poco más allá de uno de los miles de falsos dilemas que experimentaría a lo largo de su vida.

Es increíblemente común encontrarse en situaciones de este estilo, donde una autoridad externa ejerce una presión para el cumplimiento de una norma a través de unas consecuencias generalmente aversivas y mediadas por esa misma fuente de autoridad. Sea a la hora de reducir la velocidad en una carretera nacional por evitar una multa, sea no acercándose al tarro de las galletas por evitar una riña (y, dado que soy diabético, no me refiero exclusivamente a los niños). En el lenguaje de la Teoría del Marco Relacional (TMR) (Törneke, 2016), este tipo de reglas verbales son conocidas como pliance.

Bien, pues si los pliances son habituales en el día a día de cualquiera, su presencia se incrementa de forma notable en las comunidades terapéuticas, donde la existencia de las normas es fundamental para la convivencia y el normal desarrollo de un programa terapéutico. Sin embargo, quiero remarcar que no todas las reglas verbales son pliances. Explicaré esto un poco más adelante. Primero me gustaría comentar los dos problemas que, como educador en una comunidad terapéutica, observo cuando se da este fenómeno.

En primer lugar, considero que un comportamiento que está única y exclusivamente mediado por las consecuencias que determina un agente externo va a tener serias dificultades para generalizarse en contextos donde estas consecuencias no se dan. Si, por arte de magia, durante un día todos los radares de las carreteras de España se quedasen ciegos y la gente lo supiera, no sería ninguna locura vaticinar que la velocidad media de los coches aumentaría considerablemente.

De la misma forma, si una persona ha estado cumpliendo las normas en una comunidad terapéutica con la finalidad de evitar posibles represalias, cuando esta persona finalice el programa y descubra que ciertos comportamientos ya no van a ser reforzados o castigados desde fuera, no encontrará razones para no pisotear el césped, ya que han quitado el cartel que decía Prohibido pisar el césped. Los infractores serán multados.

El otro problema que percibo está relacionado con lo que le ocurre al joven Franzl en la situación que describía al comienzo del texto. Existe un serio riesgo de, planteando la norma como algo que se debe cumplir porque sí, generar reactancia en la otra persona. A nadie le gusta sentirse sometido. En cambio, la transgresión de una norma que es percibida como una imposición puede significar un acto de afirmación del individuo y de su libertad de acción. Es más, en el peor de los casos, el comportamiento de la persona puede estar controlado por las consecuencias de las que advierte la autoridad, ¡pero de forma inversa! Sin embargo, un comportamiento que se plantea como pura oposición a una norma no deja de ser un comportamiento controlado por esa misma norma; y en el caso de las comunidades terapéuticas, esto implicaría en muchas ocasiones la repetición de los comportamientos que originalmente llevaron al usuario a pedir ayuda.

¿Dónde está el tercero en discordia? ¿Cómo podemos hacer que alguien se dé cuenta de que las flores son realmente bonitas? La TMR nos plantea otra forma de abordar verbalmente la influencia en el comportamiento: a través de las consecuencias naturales. Si respeto los límites de velocidad porque considero que será más seguro para mí, la cuestión de los radares y las multas pasa a segundo plano. Lo que controla este comportamiento no es una consecuencia dada desde fuera, es la propia sensación de seguridad que experimento al conducir con moderación. Esto recibe el nombre de tracking.

Traducido al mundo de las adicciones, el tracking ideal implicaría el seguimiento de las normas en una comunidad terapéutica porque las consecuencias vividas por la persona están en línea con sus objetivos y le transmiten una sensación de progreso. Esto sí que es algo que, con alta probabilidad, se mantendrá en el tiempo si para dicha persona es valioso sentir que hace progresos. No obstante, el tracking también puede significar que la persona transgrede la norma ya que, como consecuencia natural, satisface una apetencia a corto plazo.

Evidentemente, la realidad que manejamos es compleja: no siempre es fácil comprender la conexión entre una norma que de primeras parece totalmente arbitraria y la consecución de unos objetivos idiosincrásicos. El tracking necesita algo más para poder producirse y generalizarse en la dirección que deseamos, y aquí es donde entra el tercer término del título: augmental.

Los augmentals se pueden definir como estímulos antecedentes que modifican el estado motivacional del individuo al anticipar verbalmente unas consecuencias para un comportamiento determinado. Voy a intentar explicarlo con un ejemplo:

Supongamos que se da la frecuente y esperable situación en la que dos usuarios del centro se atraen mutuamente. Pocos reforzadores naturales se me ocurren más potentes que el amor (y, por lo general, este reforzador es consecuencia de conductas de acercamiento a la persona amada). Tenemos que partir de que la situación base es muy difícil de manejar. Si, como añadido, introducimos una regla verbal de prohibición por consecuencias aversivas, lo más probable es que fomentemos narrativas de “tú y yo contra la autoridad”, “amor rebelde”, “el enemigo común nos une”, etc.

La utilización del augmental aquí implicaría abordar la situación desde la motivación que trajo originalmente la persona al ingresar. Si uno de los integrantes de la pareja refirió dificultades de dependencia emocional, esta puede ser una buena oportunidad para trabajar desde este ámbito la situación en comunidad terapéutica. Conectar la situación con la repetición de un patrón comportamental que en el pasado ha acarreado grandes sufrimientos a esta persona puede motivarla a marcar las distancias y poner entre paréntesis los intensos sentimientos que está desarrollando hacia alguien.

Esto no quiere decir que vaya a ser fácil en absoluto ni que vaya a dar siempre resultados; sería excesivamente naïf pensar de otra manera. Pero si el objetivo es generalizar los cambios a un contexto natural, considero importante tener en cuenta cuándo estamos ante una situación de pliance, cuándo ante una de tracking y cómo estamos empleando los augmentals.

Victor González Suárez

 

Referencias

Watzlawick, P. (1987). Lo malo de lo bueno o las soluciones de Hécate. Barcelona: Herder Editorial.

Törneke, N. (2016). Aprendiendo TMR: Una introducción a la teoría del marco relacional y sus aplicaciones clínicas. Jaén: Editorial Didacbook.