Esta semana le he estado dando vueltas a cómo el proceso de dejar de consumir y de asumir que la recaída no es una opción supone un duelo para el adicto. No solo está aceptando que la sustancia y/o la conducta adictiva es nociva para él, sino que también está renunciando a una parte de él que le ha acompañado durante muchos años y que le ha ayudado a lidiar con situaciones difíciles y a conformar su personalidad, es decir, al yo de consumo.

Es comprensible que el proceso desde que se toma conciencia de enfermedad hasta que se decide acudir a tratamiento pueda tardar meses e incluso años. Al fin y al cabo, no es sólo la conducta adictiva lo que hay que cambiar sino reestructurar completamente el modo de vivir y de entenderse a uno mismo y al entorno.

Me resulta muy complejo que el adicto llegue a aceptar profundamente que la recaída es un peligro real y que esa gratificación instantánea, esos “subidones”, esa vida carente de manifestaciones profundas de sufrimiento, de evasión, ese yo de consumo que tantas veces había suplido miedos, vergüenzas, dificultades, ya no van a estar nunca más presentes en su vida.

El NUNCA MÁS creo que es lo más complejo, porque supone dejar atrás definitivamente un modo de vida que ha sido idealizado durante mucho tiempo. Y aún durante el proceso terapéutico se ve cómo sigue estando presente de cierto modo esa idealización.

La vida puede resultar un lugar hostil; un desierto en el que el adicto está desnudo, desprovisto de todo lo que necesite y viendo a lo lejos el oasis que es el consumo como una alternativa rápida a esa hostilidad.

Por todo ello, creo que la labor del proceso terapéutico es especialmente complicada tanto para el adicto como para el terapeuta. La tentación de recurrir a ese oasis que es el consumo es grande. Sin embargo, creo que, a través de la terapia, del cambio profundo individual y de contar con apoyos sanos y seguros, se puede conseguir que la vida deje de ser un lugar predominantemente hostil y pase a ser un oasis permanente, repleto de recursos y en el que se contemplen pequeños desiertos.

Si el consumo deja de ser una respuesta a un mundo peligroso, si carece de valor, si la vida adictiva no es necesaria, creo que es más fácil despedirse del mismo.

 

AUTORA: Sylvia Requena Fernández. Psicóloga. Alumna en prácticas de Máster en Psicología General y Sanitaria.

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