Paciente en tratamiento por alcoholismo

 

Buenas tardes, Leandro;

Os cuento una anécdota divertida y curiosa. Ya sabes que he tenido la fortuna de viajar mucho por trabajo y mi anécdota ocurre durante un viaje a Turquía.

Aunque en mi empresa siempre nos daban unas breves reseñas sobre el país a visitar para no “meter la pata” en lo que se refiera a sus costumbres, nunca podría imaginar que, al llegar a Ankara y durante la presentación de los respectivos grupos español/turco, un integrante de este último (un señor turco, corpulento con un bigote importante y bastante serio…) me iba a dar dos besos con la mala suerte de que, como besan al contrario que nosotros, ese saludo se iba a convertir en un “pico”.

Ufff, ya os podéis imaginar la coña de que se formó… pero no acaba ahí la cosa… debí caerle tan bien a este caballero que después del acto protocolario, se acercó y, cogiéndome de la mano (como si fuéramos novios), empezó a charlar conmigo tranquilamente como si nada bajo la atenta mirada de mis jefes y compañeros.

En fin, yo que me considero una persona muy “abierta de mente”; os puedo asegurar que aquella situación y el cachondeo de los días posteriores, nunca se me olvidarán.

 

Leandro Palacios (psicólogo clínico)

 

La anécdota se presta a una serie de interpretaciones de índole sexual a las que renuncio por respeto a los protagonistas y porque hasta Freud reconocía que “a veces un puro es un puro; un pene va más allá”. Me centraré pues en dos reflexiones sobre la misma:

  • La primera y más obvia es que las coordenadas culturales; sociales y educativas poseen una gran influencia en la manera en la que los seres humanos interpretamos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea.

Tanto es así que desde hace décadas autores tan influyentes como Harry C. Triandis (pionero de la psicología intercultural), Georges Devereux (fundador del etnopsicoanálisis) y Tobie Nathan (referente fundamental en etnopsiquiatría) plantean la crucial importancia de dichas coordenadas a la hora de comprender e interpretar la conducta humana de todo tipo, especialmente en el ejercicio de la psicoterapia1.

En resumen, lo que en un contexto cultural pudiera resultar disonante, en otro pasaría desapercibido o, antes bien, ser bien valorado.

  • La segunda es un alegato a favor del contacto físico como muestra de cariño y de cercanía, incluso entre personas del mismo sexo y en condiciones tan formales como las que relata el paciente protagonista de la anécdota.

En un post anterior escribía que “El contacto físico en psicoterapia siempre ha sido un tema controvertido. Su mal uso por parte de pacientes y de terapeutas – incluso aunque sea bien intencionado – atenta contra la confianza en el vínculo terapéutico; lo desvirtúa y contamina de elementos transferenciales y contratransferenciales. La ausencia del mismo, en cambio, convierte el ejercicio terapéutico en algo mecánico y desnaturalizado.

La asepsia extrema resta humanidad a la terapia, amputando muchos de los beneficios de la presencia física para personas que se tienen al alcance de la mano”. Leída de forma benevolente, la anécdota desprende ternura y franqueza; cualidades de las que nuestra sociedad no anda muy sobrada hoy en día.

 

1 La psicoterapia transcultural es un enfoque psicológico circunscrito al marco de la terapia sistémica que postula que las relaciones, la manera de interpretar los acontecimientos, la capacidad para adaptarse a los cambios e incluso la forma de sentir de los seres humanos están condicionados por el contexto social en el que viven.