Paciente en tratamiento por alcoholismo. 41 años
“Hola, buenos días. Hoy es el cumpleaños de mi madre y supongo que luego vendrán los niños a ver a la abuela y a tomar un cacho de tarta. Es difícil la convivencia con ella, lo primero es que se piensa que soy su niño pequeño y lo segundo es que el problema de mi adicción la hace estar aún más pendiente de mí. Luego, por otro lado, veo cosas que no puedo explicar porque no las entiendo. Me da la sensación de que ella prefiere que esté encerrado en casa o que todo lo que tenga que hacer sea con ellos o incluso, si no me encuentro bien y estoy como depresivo, mejor, así ella tiene que estar más pendiente de mí. Sin ir más lejos, el otro día me los llevé a coger unos níscalos, a comer un bocadillo y a tomar un café. Les digo “venga, espabilaros que nos vamos”. Lo pasamos bastante bien. Al día siguiente mi madre ya me había planificado el día para ir a un parque que quería ver. Y le digo que yo he quedado y que no voy. Nada, no lo entiende. A dónde voy a ir, con quién, qué voy a hacer, preguntas que incluso ni yo sé contestar. Quiere saber más de mi vida que lo que sé yo de ella. Cuando me ha desquiciado por completo, me dice “¿ves?, no estás bien, estás irritable y mira cómo me contestas. Tómate la medicación que te mandó el psiquiatra que es para todo esto”. Gracias a todas las horas que llevo en tratamiento, descubriéndome a mí mismo, pensando en lo que me rodea, dedicándome a mejorar mi vida y solucionar mis problemas, puedo decir a día de hoy que me da exactamente lo mismo. Por mucho que intente explicarle a mi madre las cosas, ella no lo va a aceptar. Por más que diga y no haga, va a ser peor para mí. Esta guerra no es la mía y mi sitio tampoco es éste. Mi objetivo es salir de aquí y realizar mi vida. Esto es un mero trámite que tengo que llevar a cabo, nada más. No puedo luchar contra esto, es un esfuerzo inútil, me desgasta y no me hace ir en ninguna dirección”.
Leandro Palacios (psicólogo clínico)
La homeostasis es uno de los principios fundamentales de la fisiología y fue enunciado por Cannon en 1932 para describir cómo el organismo mantiene y regula de manera autónoma el control biológico de sus funciones. Llevado al campo de los modelos psicológicos, el concepto “homeostasis patológica” fue utilizado en 1957 por Don Jackson (integrante de la Escuela de Palo Alto) para describir aquellos mecanismos y procesos relacionales que sustentan y mantienen los sistemas familiares patológicos y que se caracterizan por una excesiva rigidez, una ausencia de flexibilidad y un limitado potencial de evolución.
Durante toda mi trayectoria profesional he mantenido una lucha interna con las teorías y modelos que afirman que problemas tan graves como las adicciones son “útiles” para algún familiar o allegado del paciente o para la familia en su conjunto[1]. Me parece una crueldad y un sinsentido. No obstante, la acumulación de evidencias clínicas después de tantos años de contemplar una y otra vez escenas como las descritas en el relato del paciente me ha conducido inexorablemente a pensar que “el modelo sistémico tiene razón” cuando defiende la homeostasis patológica como uno de los principales enemigos del cambio en psicoterapia, especialmente de la familiar.
Remedando la funesta lógica en que se ampara el “le pego pero le quiero” (o, si se quiere, “le quiero y por eso le pego”), en familias ancladas a patologías evolutivas, vinculares o meramente instrumentales/funcionales, procesos como el maltrato, la enfermedad de un miembro del sistema[2] u otros problemas potencialmente solubles, se refugian en los contenidos del miedo, en los roles fijos y actuados de manera iterativa y en la evitación cortoplacista de lo incómodo para abortar cambios potencialmente saludables que, no obstante, amenazan el status quo de dichos sistemas y atentan contra las ganancias de variada índole que esconde lo insano. No se trata por ello de activar “full-time” con allegados nuestro modo paranoide pero sí, como afirma dolido el paciente en su relato, de saber que algunos de los cambios más importantes para nuestro crecimiento psíquico pueden ser boicoteados – incluso sin intencionalidad perversa – por personas cercanas a quienes tales reformas enfrenten al peligro de lo desconocido y, a veces aún peor, de lo nuevo.
«Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia»
(Marcel Proust)
[1] Otro tanto de lo mismo me sucede con las “ganancias secundarias” en el ámbito de lo intrapsíquico.
[2] El “paciente identificado” del modelo sistémico.