No soy el primero en comparar la psicoterapia con la danza1 o con la música2.

Y no son comparaciones gratuitas ni un alarde estético puesto que, aun perteneciendo a dominios distintos, presentan elementos y factores comunes que les convierten en algo así como “primos carnales”; con parientes compartidos tan importantes como el teatro.

Desde la puesta en escena y el atrezzo, las distintas melodías que generan, acompañan y condicionan el movimiento de los danzantes. Las discrepancias entre los ritmos de unos y de otros, la sincronización necesaria. Los bailes corales (terapia de grupo), los solos, los dúos, los mil y un ensayos precisos para cuajar una buena función y los muchos estilos musicales posibles de orquestar en cada consulta. Hasta la presencia tácita o explícita de espectadores y público que puedan contemplar cada obra. Todo ello ofrece un agradecido paralelismo con la psicoterapia que permite un sinfín de concesiones metafóricas como las siguientes.

La terapia es danza y es música, es movimiento escénico, es arte, es técnica y es pasión.

Tiene melodías y ritmos, a veces discordantes y otras armoniosos pero siempre sujetos a muchas horas de ensayo para, con suerte, conseguir un resultado meritorio. Hay consultas y sesiones que se mueven fieles a un único estilo y muchas otras que fusionan géneros diversos.

 

Cuando suena heavy metal, paciente y terapeuta bailan terapia con gestos enérgicos y trepidantes. En ocasiones ambos ejecutan bailes tradicionales con fondo musical a juego, que llevan la terapia hacia ritmos y gestos conocidos, incluso domésticos. Otras veces los movimientos y las melodías son lentas y solemnes como un ballet clásico. Otras siguen el ritmo de la calle, con sus peligros y riquezas. Otras resultan átonas y casi estáticas. Hay algunas que quedan grabadas en el recuerdo como espectáculos que lo cambian todo.

Muchos pacientes no tienen ni voz ni ritmo, pero lo encuentran en la terapia.

Otros se revelan desde el principio como auténticos multiinstrumentistas, que además bailan terapia con una envidiable elegancia. Y algunos desafinan mucho y mal y se mueven con la torpeza de un niño pequeño. Sucede lo mismo con los terapeutas, sobre todo con aquellos que aún piensan que un solo instrumento y un único estilo de danza terapéutica sirven para todas las representaciones o que hay instrumentos y estilos superiores a otros.

Bailando terapia quiere ser una metáfora de otro concepto más conocido en este ámbito y que es el de “acompasamiento terapéutico”.

Al igual que numerosas interacciones entre seres vivos (no sólo los humanos) incluyen danzas y sonido3, me resulta sugerente pensar en nuestra labor de ayuda como una coreografía que permite – y requiere – sus propios movimientos, melodías y cadencias. No se trata de convertir la terapia en un sucedáneo de los famosos “talent show” pero sí de aportar a la misma la riqueza y dinamismo que nos permite saber “bailar terapia”.

 

1 Sin entrar en más consideraciones, existen alternativas terapéuticas denominadas “psicodanza” y “danzaterapia”.

2 Sucede lo propio con la “musicoterapia”.

3 Los rituales de apareamiento de algunos animales, por ejemplo.

Autor: Leandro Palacios Ajuria

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