¿Quién eres?
Espero que no me hayas respondido con tu nombre. Eso querría decir que tu ser equivale a una etiqueta verbal oral o escrita.Dime, de verdad, ¿quién eres?
¿Has mencionado tu profesión? ¿Quizá tu sexo? ¿Has hecho referencia a que eres un ser humano tal vez? De acuerdo, pero yo no te he pedido que enumeres cuáles son tus características, lo que me interesa es saber quién eres.
Si lo que pretendes es responderla de verdad, esta pregunta puede resultar muy frustrante. Si tus gustos, tus ideas, tus relaciones, tus posesiones e incluso tu peinado pueden cambiar, ¿qué es lo que hace que tú seas tú?
Me viene a la mente la paradoja de Teseo, en la que éste y los jóvenes de Atenas volvían desde Creta en un barco que se había conservado durante muchísimos años. ¿El truco? Que cada vez que una de las tablas se estropeaba, la cambiaban por otra nueva y más resistente, hasta el punto de que ya no se conservaba ninguna de las originales. Algunos defendían que el barco seguía siendo el mismo, mientras que otros afirmaban con vehemencia que no lo era. También está el chiste del viejo hacha del abuelo, que ha tenido tres cabezas y cuatro mangos nuevos, pero sigue siendo el viejo hacha del abuelo.
Tomando como referencia estas paradojas, me gustaría poner el foco sobre una idea del yo que no se deriva de sus contenidos o características, sino del mero hecho de ser una perspectiva; un flujo de consciencia continuo y estable que se da desde el inicio de la vida hasta la muerte y no se define por ningún tipo de característica más allá de la de ser. En el grupo de las terapias contextuales le han dado el nombre de yo-como-contexto, ya que es el fondo sobre el que se manifiestan las figuras de los contenidos.
Hace un tiempo que no creo que haya nada más allá de la perspectiva en primera persona desde la que vives el mundo, una perspectiva que no es intercambiable de ninguna forma -incluso si cambiases la tuya por la mía, seguiría siendo la tuya, porque eres tú siendo consciente de que eres yo, y si no fueras consciente de que eres tú siendo yo, sería yo a secas; incluso si tienes una sensación subjetiva de vivir en tercera persona (fenómeno habitual en el grupo de las psicosis), estás viviendo en tercera persona en primera persona.
Esta forma de entender el self podría considerarse como una herramienta terapéutica, ya que permite a uno respirar y no verse sofocado por la ingente cantidad de etiquetas auto y heteroimpuestas que pueden hacer acto de presencia a lo largo del día (y no digamos de una vida). Por otro lado, la sobreidentificación con los contenidos del yo es una constante en buena parte de los trastornos psicopatológicos (sobreidentificación con pensamientos y estados emocionales en depresión, con la imagen corporal en los trastornos de la conducta alimentaria, con sensaciones físicas en el trastorno de pánico, etc.).
Tal vez uno sea más lo que hace en cada momento, o como decía Sartre, lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros, ya que si nos fijamos, veremos que las etiquetas, cuando se aplican correctamente, toman como referencia una conducta o un grupo de conductas y no al revés. Véase que el problema radica en que nos identificamos con tales etiquetas y por coherencia actuamos conforme a ellas, ahí es donde se invierte el proceso y nos atascamos. Si tomamos en consideración que la descripción cambia conforme cambie el fenómeno, recordaremos que no hay necesidad de tener dicha coherencia si no está al servicio de nuestros valores y de nuestro bienestar (algo que es más fenomenológico que verbal). Esto es algo especialmente frecuente en el ámbito de las adicciones, cuando la persona está empezando a dejar atrás la vida de consumo y se encuentra ante un importante vacío identitario al no saber quién es la persona que ve en el espejo ahora. Aquí es donde se produce el dilema: ¿malo conocido, o bueno por conocer? Una identidad definida por sus contenidos se verá abocada a regresar a lo seguro, aunque sea dañino; mientras tanto, una perspectiva estable y ya de por sí vacía no tendrá miedo a sentir esa ruptura si hacerlo comulga con sus valores. Reificar al yo nos obliga a otorgarle características y a alinear el comportamiento con esas características, y hacerlo de una forma excesivamente rígida puede bloquear el cambio.
Entonces, ¿nos cargamos las palabras que hacen referencia a conjuntos de comportamientos? No, en absoluto. Las interacciones serían casi aleatorias si no tuviésemos asideros verbales para conducirlas, pero si nos descuidamos empezamos a vivir de forma automática, llevando a cabo conductas que están bajo el manto de etiquetas que se supone que nos definen, simplemente porque somos y siempre hemos sido así.
Tampoco es la intención de este texto negar que tendamos a comportarnos de una u otra forma, como si efectivamente estuviésemos vacíos, pues siempre va a existir una inercia que nos incline a llevar a cabo comportamientos con los que nos sintamos cómodos, independientemente de lo adaptativos que sean. La idea estaría en plantarse radicalmente y observarnos como el contexto en el que aparecen los contenidos, lo cual no está reñido con reconocer nuestras tendencias de acción (si acaso, necesitamos reconocerlas para poder hacer algo distinto).
Tener la capacidad de observarlos desde esa atalaya privada que es nuestra perspectiva probablemente nos permita tomar la distancia suficiente para decidir cuál es el siguiente comportamiento que querríamos llevar a cabo y qué consecuencias podría tener para nosotros y nuestro entorno, o, en el peor de los casos, para dejar de ver dicha decisión como un imposible.

Victor González Suárez

Psicólogo. Educador de la Comunidad Terapéutica Femenina de Oviedo