(…) La idea de separación se vive como idea de muerte, y por tanto como algo terrible, porque en ese momento conectamos con el miedo a nuestra muerte ya que generalmente la relación que se crea con la pareja es fusional, psíquica y emocionalmente hablando, hasta el punto en que existe una referencia yoica en el otro. En el momento en que el otro realmente no está, tenga la sensación de que no está, o de que no va a estar, la persona entra en el pánico de perder su propia sensación de existir. Por eso en muchas separaciones aparecen las respuestas depresivas. Entra en auténtica depresión porque empieza a vivir una emocionalidad totalmente vacía, pierde el sentido de su realidad, de su vida. Esto significa que el otro “le ha robado el alma”, hablando poéticamente, y se producen reacciones de pánico muy fuertes, intentando por todos los medios frenar ese proceso y evitar el conflicto, el movimiento y el sufrimiento. Se coloca en una situación de búsqueda de estabilidad, de estatismo y ahí es donde aparece el sufrimiento crónico y la institución empieza a pervertirse, porque se crean mecanismos para evitar la asunción de la realidad, de que posiblemente el sistema ya no facilita la función originaria.
 
 

Digo posiblemente porque primero es importante asumir la crisis y permanecer en ella, intentar transmutar juntos, es decir, intentar que ese cambio sea positivo para los dos y esa relación se modifique. Eso puede ocurrir dentro de la pareja o con la ayuda de un especialista en terapia de pareja, que tiene una cierta funcionalidad y dinamización de impulsos estáticos, siempre que las dos personas sientan que, solos, no tienen capacidad de resolución.

No necesariamente hay que esperar a la decisión de la separación, sino que puede haber un plano preventivo, cuando llega un punto en que se vive una crisis por infidelidad, por enfermedad de uno de los miembros de ese sistema, o por cualquier circunstancia que lleva a un conflicto, una tensión exacerbada que no se palia, no se reduce. Por otra parte, en cuanto menos participen familiares en los conflictos de pareja, mejor, porque hay interferencias inconscientes, intereses, afectos que pueden evitar la objetividad de la situación. En este caso es mas positivo el consejo de un amigo porque puede ser mas objetivo. De todas formas, en un conflicto de dos es muy difícil que participe alguien que tiene vínculos afectivos.

Si de esta manera se intenta durante un tiempo un cambio que no se produce, y esa relación facilita el sufrimiento, aunque sea de una de las dos personas, hay que plantearse la finalización como algo positivo. El fracaso está en la cobardía de no asumir la soledad coherente, la realidad, que implica el dejar que la otra persona viva libremente y pueda seguir creciendo porque una relación se crea y se mantiene cuando es mutuo el deseo de entregarse a ella. De lo contrario se convierte en un constante mensaje de “tu me vas a evitar el sufrimiento estando conmigo”. La otra persona entra en la defensa y de ahí en la violencia y la destructividad, situación que puede permanecer en el tiempo, afectando, como ya he dicho, a todos los miembros del sistema familiar.

Los seguimientos que hemos hecho desde la psicología de las familias que viven en dinámicas destructivas han mostrado la existencia de dos tipos de destructividad. La digital que es directa, y la analógica que es sutil, como el chantaje, la amenaza, la culpabilización. Como ejemplo cito a una pareja que, cada vez que él se imaginaba que la mujer iba a decirle algo conflictivo, él entraba en una reacción cardiaca que le llevaba al hospital. Automáticamente la mujer paraba porque “no podía sentirse responsable de la muerte de su marido”. Así estuvieron diez años hasta que llegaron a la consulta y desciframos la clave del “enfermo imaginario” (la obra de teatro de Moliere). No se iba a morir, pero ella, con razón, no se arriesgaba y así se frenaba el movimiento. El mismo sufría porque se daba cuenta de que estaba creando una reacción de evitación del conflicto y su mujer no estaba feliz, pero él no podía evitar esa situación psicosomática.

Fuente:  Xavier Serrano García