En un fenómeno tan complejo como es la adicción, la información sesgada de la que partimos la mayoría de la población crea una esfera de mitos, constructos sociales y relaciones de desigualdad que desemboca en una representación mental negativa del sujeto con un problema de adicción, creando un prejuicio en su marco de referencia. 

Todos, absolutamente todos, nos movemos por estereotipos (creencias acerca de atributos a un grupo), prejuicios (relacionados con el nivel afectivo) y discriminaciones (relacionadas con la conducta que manifestamos) sin apenas darnos cuenta de ello en muchas ocasiones (Reyes, 2018).

Inevitablemente, los estereotipos negativos siempre han estado presentes en salud mental, y más específicamente en el grupo de drogodependientes, lo que lleva unido la estigmatización de dichos pacientes. Goffman (1963) define la estigmatización como un proceso social en el que se da una categorización. El estigma es un atributo por el cual un individuo es clasificado y etiquetado de manera negativa.

Bien es cierto, que poco a poco se ha ido cambiando esta visión, pero siguen existiendo multitud de atributos unidos a ellos: peligrosos, marginales, de mal carácter, mentirosos, manipulativos, interesados… Además, estos atributos eliminan inmediatamente la condición de persona, definiendo al sujeto simplemente por su conducta, costumbre o problema.

La etiqueta estigmatizante se convierte en la definición íntegra de la persona, pasando a interiorizar el estigma en su identidad e invisibilizando a la persona y el resto de esferas que conforman su identidad.

Estos estereotipos, además, cuando se unen a emociones negativas, se manifestarán en una conducta discriminatoria hacia el colectivo, lo que se ha mencionado anteriormente como prejuicios. Estos prejuicios serán los responsables de marcar una distancia social que llevará al rechazo y desprecio hacia la persona o grupo consumidora.

Además de la estigmatización que la persona sufre, el consumo le predispone irremediablemente a una pérdida de la calidad de vida. Una vez que ha adquirido el rol de drogodependiente, la persona va perdiendo su lugar y/o espacio en la sociedad, tanto su vida laboral, como social y familiar. Siendo el propio consumo el que le genera un deterioro del entorno social (de familiares, iguales, conocidos, etc.) y laboral.

La persona comienza a vivir la vida a través de la sustancia, creándose un estilo de vida basado en su nuevo rol (drogodependiente) y su nueva situación (consumidor). Además de la estigmatización, estas personas muchas veces son víctimas del auto-estigma; es decir, interiorizan los prejuicios, y son ellos mismos quienes se “auto discriminan” o marginan socialmente, autoexcluyéndose de los diferentes ámbitos (Reyes, 2018).

Como resumen, el proceso de formación del estigma responde a las siguientes fases (Link y Phelan, 2006 citado en Otalvaro, 2019):

  1. Etiqueta a la persona como consecuencia de sus diferencias.
  2. Es estereotipada basándose únicamente en sus características indeseables.
  3. Separación entre la persona etiquetada y el “resto de la sociedad” (los “normales”)
  4. Al ser etiquetada como drogadicto, pierde su condición de persona.

Estigmatización vs. Auto-estigmatización:

Como se ha comentado anteriormente, la estigmatización hace referencia a la presentación y asimilación de estereotipos negativos por parte de la sociedad hacia un individuo o grupo. Sin embargo, un paso más allá ocurre en la auto-estigmatización, es decir, cuando el individuo o grupo acepta dicha premisa y deja que condicione su vida (Otalvaro, 2019).

Quizás aquí se encuentre un punto clave, ¿qué pasa ahora?. No es lo mismo que el resto me rechace a que sea yo quien anticipa este rechazo y devaluación. Este fenómeno, por lo tanto, lleva consigo una serie de consecuencias que limitan aún más a la persona. Aparecen sentimientos de culpa, vergüenza, ansiedad, autorreproche o asunción e internalización de pretextos como; “soy inferior, el resto es mejor, no valgo nada.”

Debido a ello, una vez se produce el auto-estigma; la consecuencia principal a destacar es la negación que hace la persona del problema, y por ende su negativa hacia la búsqueda de ayuda. Pocos son los valientes que se atreven a pedir ayudar; a hacer un ejercicio de superación consigo mismo y eliminar este tipo de vida atractivo en parte por otros motivos.

Sin embargo, aquí nos encontramos con una nueva barrera a superar, la nominación estigmatizante que sigue presente “exadicto, exalcohólico, excocainómano…” son algunos de los términos con los que la persona se sigue enfrentando y debe de ir superando (Vázquez, 2016).

El hecho de referirnos a alguien como ex-algo está sustrayendo parte del valor de la persona actual, puesto que, a pesar de que ha avanzado de una circunstancia, seguimos incluyendo su pasado en su definición actual, incluso cuando se han desmarcado de ello.

Comentaba esta semana una paciente de tratamiento ambulatorio, la cual lleva dos años sin consumir, los miedos que le siguen apareciendo y que están relacionados con todo lo anterior. Actualmente está comenzando a vivir una nueva vida; ha encontrado a una persona que se preocupa por ella, con la que está muy cómoda y a quien le gustaría seguir teniendo en su vida por mucho más tiempo. Aquí han aparecido sus miedos e inseguridades “¿debo contarle mi pasado?”; “¿y si se marcha?”, “¿me juzgará?”, “¿qué va a pensar de mí?”.

Entendiendo perfectamente estos miedos de la paciente, quiero ir un paso más allá, ¿por qué los prejuicios o etiquetas del pasado siguen estando presente?, ¿por qué dejamos que nuestro pasado siga condicionando nuestro presente? Las piedras, obstáculos o dificultades que nos hemos ido encontrando a lo largo de nuestra vida, sean cuales sean, para lo único que deberían de servirnos es para salir empoderados; afrontar todo lo nuevo que venga y para verlo como un proceso de crecimiento; que me ha hecho ser mejor persona y de la cual debo de estar plenamente orgullosa.

 

Autora: Victoria Romero Guillén. Psicóloga. Estudiante Máster Psicología General Sanitaria

“BIBLIOGRAFÍA”

  • Goffman, E. (1963). Estigma. La identidad deteriorada. Amorrortu editores: Madrid.
  • Otálvaro, A. (2019) La estigmatización de los consumidores de drogas y la vulneración de sus derechos fundamentales. En Colombia en el siglo XXI, 324-353.
  • Reyes Abreu, G. (2018). Enfermería, estereotipos y estigmatización del usuario drogodependiente.
  • Vázquez, A. (2016). Acerca de las nominaciones del consumo de drogas en tiempos de medicalización. Anuario de Investigaciones23, 197-204.

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