Haciendo mío el segundo verso de “Un soneto me manda hacer Violante”, como Lope de Vega, pero sin su tono cáustico, afirmo “que en mi vida me he visto en tanto aprieto” si de definir el amor se trata. Estas cuatro letras abarcan todos los campos de lo humano y en ellas cabe todo, tanto la salud como la enfermedad (¿Existe la adicción al amor?. Carlos Sirvent. Deusto Publicaciones. Universidad de Deusto. Serie Drogodependencias, vol. 29. ISBN: 978-84-15759-28-7). Por si fuera poco, el amor posee elementos dialógicos y autorreferenciales profundamente interconectados e indivisibles que enmarañan su comprensión y abordaje.

 

Reconozco que, de los cuatro componentes de la autoestima que tratan estas entregas, el presente me resulta el más ingrato de operativizar y el más volátil a la hora de modificar, pues los tropismos de las corrientes afectivas que presiden nuestro yo – y que, como en la Escala Douglas , fluctúan desde la calma chicha a la mar enorme – en multitud de ocasiones se sienten como ajenos a la propia voluntad e incluso impuestos a ésta, siendo además influidos, y mucho, por factores externos y sobrevenidos de difícil o nulo control por parte del sujeto. Por estos motivos, y volviendo a la “estima” entendida como cariño o afecto que se siente por alguien o algo, me pregunto…,¿es posible sentir cariño o afecto por nosotros mismos?, ¿es posible que las sensaciones que nos transmite nuestro aparato sensorial se conviertan en algo más que impresiones orgánicas placenteras o displacenteras y evolucionen hacia sentimientos, en cuanto a estados de ánimo o disposiciones emocionales, favorables del sujeto respecto a sí mismo?. Es posible y además necesario ya que, a la pregunta de un periodista sobre qué era para él una persona sana, madura e integrada en la sociedad, un Sigmund Freud ya anciano en 1939 respondió: “amigo mío, cualquier persona capaz de amar y trabajar”.

 

Aunque no se pueda establecer una dicotomía real entre afecto e intelecto, por interés epistemológico al hablar del amor intentaré no abandonar lo afectivo, aunque sí deje de lado su vertiente más pedestre pero no por ello menos importante y que es la que alude al pundonor y al “orgullo torero” de cada sujeto. Me referiré al juicio anímico de cada cual sobre el cúmulo de sensaciones, emociones, sentimientos y afectos que experimentamos siendo nosotros y no otras personas, territorio éste propio de la empatía.

 

El amor propio no incluye tan sólo “sentir – se (a sí mismo) bien”, y aquí me permito cambiar “bienestar” por “tranquilidad”, en tanto que “sentirse bien”, supone un estado de calma, serenidad o paz o bien la ausencia o, si se quiere, la presencia no significativa o disonante de angustia, miedo, culpa o dolor. El amor propio además implica aprender a alcanzar un estado de congruencia interna en que las emociones negativas (incómodas) y positivas (cómodas) respecto a nosotros mismos se equilibren, logrando que el sujeto consiga “sentir que yo soy yo, y aunque a veces serlo me gusta más y otras menos, lo que siento sobre mí se mueve en el espacio de la aceptación de mí mismo”. Haciendo ahora un loop lingüístico, sería como decir que “lo que siento sobre mí y cómo lo siento son ingredientes constitutivos de mi yo y congruentes con el núcleo de mi identidad”. Debido a ello, no es algo que pueda alcanzarse únicamente cuidando la imagen externa, mediante lecturas inspiradoras, compartiendo tiempo de calidad con los seres queridos o disfrutando en soledad de actividades que nos gusten. Supone crear un meta-sentimiento (que una vez más incluye evaluaciones objetivas sobre uno mismo) en el que las emociones cómodas e incómodas que nacen de “sentir – nos” se acompasen y regulen. Traigo la voz de un paciente que explica mejor que yo este estado: Estoy viviendo el momento, mi mente cada vez viaja menos con el consiguiente ahorro de energía, que es más que notable. Cada día estoy más seguro, más convencido de que no es algo pasajero, no es un subidón; tampoco una fase de inconsistente positivismo. Sinceramente estoy muy orgulloso de mí. Orgulloso por cómo estoy mirando cara a cara y sin temor a mi Yo traumatizado, a mi Yo herido, a mi Yo vengativo. Los tres, y aquellos otros que no sé reconocer, me caen como el culo, perdón por la expresión, y no tengo ganas de convivir con ellos. Estoy mucho más contento con mi Yo, ese Yo uno e indiviso, que aún imperfecto, por supuesto que si, me parece mucho más interesante que los otros, que siempre me han traído problemas y con los que cada vez tengo menos que ver”.

 

El amor propio acaba en definitiva siendo un estado emocional, de consciencia (capacidad humana de percibir la realidad interna y externa y de reconocerse en ellas) y de conciencia (discernimiento crítico, reflexivo y axiológico) equilibrado pero no lineal y autoreferenciado pero no egocentrado pues mejora la conexión afectiva con los otros (de un yo que se siente y se acepta a otros yoes que hacen lo propio).

 

Y por fin, ¿qué se puede hacer al respecto? Pues creo que bastante aunque también creo, por el peso de la experiencia clínica, que mucho de ello apunta a intervenciones indirectas, laterales y casi siempre de efecto demorado en el tiempo. Por ejemplo:

 

  • Ayudando al paciente a localizar e identificar sus emociones pero sin someterlas a juicio de valor, sin sacar conclusiones precipitadas de lo que se siente y mucho menos dejándose llevar por actuaciones impulsivas sobre ello. No quiero ceder en demasía a las modas que también invaden el campo de la psicoterapia pero me parecen muy útiles para estos cometidos la metodología mindfullness (y, por extensión, las técnicas clásicas de monitorización y de relajación corporal centradas en el sí  mismo), las técnicas activas de diversa procedencia que pongan foco en lo corporalmente sentido  y el focusing  de Eugene Gendlin.

 

  • Orientando e incluso prescribiendo a los pacientes tareas que puedan llevarse a cabo en soledad (que no en aislamiento) y que proporcionen experiencias gratificantes o, al menos, vivencias diferentes a las que formen parte de las pautas disfuncionales que se pretenden eliminar.

 

  • De forma más general, mejorando la cantidad y/o la calidad del campo relacional del sujeto y fortaleciendo su repertorio de recursos mediante aquellos procedimientos (muchos de los cuales están protocolizados y manualizados desde hace tiempo) que inciden en el fomento de la inteligencia emocional, de la asertividad y de la resiliencia.

 

  • Por gusto personal y por eficacia demostrada día tras y día y sujeto tras sujeto, añado finalmente y al igual que en la entrega sobre el autoconcepto las tareas escritas, focalizadas en cuestiones concretas y preferiblemente guionizadas (autoanálisis escritos, autorregistros, reflexiones guiadas, etc.).

 

Leandro Palacios Ajuria