Un día mi cerebro se puso a funcionar como un tren en un jueves de puente y me dijo con su vocecilla; “oye, pedazo de mierda, ¿no podías dedicar una hora al día para hacer lo que te dicen?” (Caminar, entretenerte, hacer los que te gusta “sin pensar malamente”). ¿Cómo que no tienes una hora al día, si estabas todas las tardes en el bar y durante años?

Quizá con una hora no consiga el resultado que pretendo, pero sí estoy seguro de que es mejor que nada, entonces ¿porqué no lo hago?

Me puse a trabajar, me costó arrancar y poco a poco he aprendido la ley del esfuerzo. Buscaba conseguir el máximo de resultados con el mínimo gasto de energía, con el menor esfuerzo. Buscaba “atajos” y me di cuenta de que no los hay. No se puede obtener algo a cambio de nada.

Tanto en el tratamiento como en la vida, si quieres cambiar, aprender (hábitos positivos, arreglar los negativos, enfrentarte a miedos y traumas), deshacernos de nuestros vicios y malas costumbres – vamos, aquello por lo que vale la pena luchar -, hay que hacer un esfuerzo continuo y consciente, y gastar energía. Así el tratamiento no durará toda la vida.

Aquí, la ley del mínimo esfuerzo no vale. Yo no vengo aquí para aprobar, vengo para aprender, que es lo que me interesa, para cuando me digan que no venga.

Vengo con la cabeza bien alta, cada día con más autoestima y siendo yo mismo. Si no puedes ser tú mismo, ¿qué puedes ser? Siempre hay algo interesante que decir y mis respuestas pueden valer mucho. No pienso en que me van a juzgar, no son nadie para juzgarme, son como yo. No necesito a nadie que sea peor que yo para sentirme mejor conmigo mismo. No vengo a burlarme de nadie. No me aburro y no tengo miedo, me he acostumbrado poco a poco. Me he abierto y participo.

AUTOR: Paciente en tratamiento por adicción al alcohol

¿Necesitas ayuda?