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En una reciente entrevista al periódico El País, Ana Cobos, presidenta de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación en España (COPOE), fue preguntada sobre cómo está impactando la pandemia de coronavirus en niños y adolescentes.
La orientadora considera que “la salud mental es algo sobre lo que hay que estar muy vigilantes, y de hecho se espera una situación bastante grave respecto a la salud mental, debido a las secuelas de la pandemia, y si no se abordan vamos a tener problemas graves y estructurales.
Hay que poner medios para poder detectarlos de forma precoz: niños y niñas con problemas de salud mental relativos a la ansiedad; adicciones a las tecnologías (que está ocurriendo mucho); y problemas de sociabilidad, de autoestima e incluso de identidad, si tu identidad digital entra en conflicto con quién eres en la vida real. Todo eso nosotros lo trabajamos desde la prevención, con programas de acción tutorial en el aula”.
Pero esta preocupación no solo abarca a niños y jóvenes.
A finales de abril del año 2020, Carmen M. López hablaba sobre las consecuencias de la pandemia en la salud mental, a través de su artículo Salud Mental; ¿La próxima pandemia?.
Han transcurrido diez meses y seguimos con medidas higiénicas y sanitarias, restricción de movimiento, de relaciones sociales y, lo que es peor, sin ver la luz al final del túnel. Aunque la reciente comercialización de las vacunas de Pfizer, Moderna, Sputnik y AstraZeneca entre otras, permiten albergar cierta esperanza.
En la publicación de The Lancet Psychiatry a la que hace referencia Carmen M. López en su artículo, ya se instaba a los gobiernos a ejecutar intervenciones precoces para abordar los más que probables efectos psicológicos que la pandemia del COVID.
Esta publicación señala la mayor prevalencia de síntomas de ansiedad, depresión e insomnio en personas diagnosticadas de COVID-19. Además, se halló que el 22,5% de los pacientes contagiados por SARS-CoV-2 presenta un diagnóstico psiquiátrico previo.
Una investigación llevada a cabo en EEUU apunta a mayor probabilidad de ser diagnosticado con COVID-19 si los pacientes presentan previamente TDAH, trastorno bipolar, depresión o esquizofrenia.
También se comprueba que el riesgo de demencia en personas mayores de 65 años es de dos a tres veces mayor después de la infección por COVID-19.
Entre el personal sanitario los datos son aún peores, con una incidencia dos veces mayor que entre el resto de la población. El primer estudio global del impacto del COVID-19 en la salud de los trabajadores concluyó que el 40% del personal sanitario y sociosanitario requerirá una valoración detallada de trastornos de ansiedad y depresión.
Ya en la primera oleada se observó un aumento de la adquisición de alcohol en supermercados, así como de medicamentos antidepresivos o para controlar el estrés y la ansiedad.
Según un estudio publicado en el American Journal of Drug and Alcohol Abuse, el consumo nocivo de alcohol entre los adultos aumenta más cuanto más tiempo pasan en casa encerrados.
Además, hemos de tener en cuenta que la pandemia ha reducido; si no paralizado muchos de los dispositivos de salud mental que atendían a pacientes con trastornos psicológicos anteriores. Algunos han sufrido recaídas al no poder recibir asistencia presencial o mantener la terapia de grupo. Si tenemos en cuenta también que muchas familias no han podido despedirse de sus allegados; otras muchas han perdido el trabajo; y hay personas que están viviendo esta dura época en soledad; tenemos el caldo de cultivo para que se manifiesten más enfermedades mentales.
Consulta el protocolo de actuación frente al COVID-19 de la Fundación Instituto Spiral
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https://gacetamedica.com/investigacion/salud-mental-la-proxima-pandemia/
https://www.mscbs.gob.es/profesionales/saludPublica/ccayes/alertasActual/nCov/vacunaCovid19.htm
https://elpais.com/opinion/2021-01-10/covid-19-y-salud-mental.html
https://www.thelancet.com/journals/lanpsy/article/PIIS2215-0366(20)30462-4/fulltext