Quien me conoce y me ha visto actuar en psicoterapia, sabe que uso metáforas con profusión pues me parecen un recurso práctico a la vez que estético.

Y a mi juicio, casan divinamente con el ejercicio de abstracción que la psicoterapia plantea en muchas ocasiones a pacientes y terapeutas.

Una que llevo utilizando reiteradamente desde hace años; sobre todo a la hora de transmitir a nuestros alumnos parte de la esencia de la labor de un terapeuta de grupo; es la de la pesca1, y eso que no practico este deporte y ni tan siquiera me gusta.

Pues sí, una sesión de psicoterapia, sea individual o grupal, es como un río que cobija distintas clases de peces (contenidos, temas, asuntos, conflictos, cuestiones, tramas, argumentos). Cada uno a su ritmo natatorio y con tamaños y peculiaridades de lo más diversos. Terapeutas y pacientes pueden lanzar el sedal desde la orilla; o pueden meterse en el agua (“mojarse”) para hacer lo propio.

Se pueden usar distintas técnicas y aparejos (todos los modelos de psicoterapia ofrecen su catálogo) u optar por la pesca a mano – que sería la conversación terapéutica directa, sin florituras – para tratar de cobrar algún ejemplar, incluso los más escurridizos.

Una vez que pescan alguno de ellos y dedican un tiempo a su observación y análisis, pueden dejarlo fuera del agua; fuera del foco terapéutico para que se extinga, o pueden devolverlo al líquido elemento para que siga su curso.

Ni que decir tiene que, aunque la técnica sea la adecuada, el cebo apetitoso y la paciencia de los pescadores infinita.

En muchas ocasiones las capturas son nulas;  hay que volver al río en la consulta/sesión siguiente con el ánimo del principiante, que en todo encuentra oportunidades.

También es cierto que hay ríos más tumultuosos que otros y que hay pescadores más nerviosos que otros. Personalmente, a mí me gusta más pescar en aguas bravas que en aguas plácidas, no tanto por el hecho de lucir pericia (aunque mi yo narciso defienda lo contrario) sino porque me parece que en estas sesiones hay más vida, más movimiento y dinamismo.

La psicoterapia se convierte así en un constante lanzar y recoger, esperar para cobrar la presa y devolverla al agua una vez examinada, o dejarla fuera para que se agote o sirva de alimento para otras capturas.

Esta metáfora, creo, nos acerca a la dinámica interactiva de los contenidos que emergen y se “pescan” (se rescatan, se focalizan, se explicitan) en psicoterapia.

Otra metáfora también recurrente que uso para referirme a la creación; mantenimiento y cuidado de la trama relacional propia de la terapia de grupo; es la de “coger aguja e hilo” e hilvanar los contenidos emergentes que cada miembro del mismo elicita en el curso de las sesiones.

El terapeuta “cose” los diferentes relatos que van surgiendo en las sesiones y confecciona una prenda única. Pero con muchos tejidos, colores y hasta texturas diferentes, que une a los participantes en una manufactura terapéutica en la que todos aportan y lo diferente no chirría ni desentona, sino que realza el conjunto2, a la manera de un cálido, colorido y funcional patchwork.

No deja de ser irónico que la acción de coser y, por extensión, la costura me resulten sumamente gráficas y vívidas para describir la acción terapéutica del profesional que conduce grupos pero que, al igual que con la pesca, en mi vida “civil” ni la una ni la otra me interesen lo más mínimo ni pretenda que formen parte de mi reducido abanico de habilidades para el día a día…aunque nunca se sabe.

Autor: Leandro Palacios

1 Recuerdo con cariño y respeto el libro de Joel S. Bergman “Pescando barracudas: Pragmática de la terapia sistémica breve”. Grupo Planeta (GBS), 1987.

2 Un grupo plenamente funcional no sólo elimina el patológico individualismo de sus miembros sino que potencia su individualidad mediante el compromiso con las tareas conjuntas.