Paciente en tratamiento por alcoholismo
“Creo que mi cabeza (no sé si mi mente o mi cerebro) ha intentado olvidar los momentos en los que mi padre no estaba en casa porque se iba con sus amigotes y mi madre se quedaba sufriendo, esperándole. La peor época que recuerdo es cuando mi madre estuvo a punto de morir: encamada durante prácticamente un año, tras haber pasado dos operaciones a vida o muerte. Yo tenía ocho años.
La mitad de ese tiempo mi padre estuvo destinado en Londres (en un puesto de mucha importancia del que fue despedido por los dispendios que hacía a cargo de la empresa). Y cuando mi padre volvió de Londres, se iba con sus amigos mientras mi madre estaba postrada en la cama. Mi madre nunca ha sido una persona cariñosa y mi padre casi nunca estaba en casa. Al cabo de muchos años mi madre me confesó que estuvo pensando en quitarse la vida en varios momentos durante aquella época.
Luego vino la traumática separación de mis padres cuando yo tenía diez años, en una época en la que nadie se separaba. Yo no hablaba de esto con nadie, ni con mis pocos amigos del colegio. Era como si lo escondiera, como si no quisiera afrontar esa dura realidad. Estuvimos un año viviendo en casa de mis abuelos con mi madre, hasta que nos mudamos con ella a un piso y ella empezó a trabajar, todo gracias a la ayuda de mis abuelos.”
Leandro Palacios (psicólogo clínico)
No hace falta que resucitemos a Freud (una nueva alusión por mi parte a Sigmund) para reconocer que cuanto concierne a la parentalidad supone una temática clásica e ineludible en las ciencias humanas y, en concreto, en muchos modelos psicoterapéuticos por la impronta que la misma deja sobre el desarrollo de todas las personas, tanto a nivel intrapsíquico como interpersonal.
Recuerdo que alguno de mis formadores (y que me disculpe por lo injusto de mi memoria con él/ella) dijo en su momento algo similar a “uno de los objetivos de cualquier psicoterapia es ayudar al paciente a convertirse en un buen padre y en una buena madre de sí mismo”. Además, se me enseñó que ser padre o madre no implica necesariamente representar una figura parental pues este rol hay que ganárselo.
Yo mismo reconozco que a lo largo de los años he ido adoptando padres y madres afectivos que nada tienen que ver con mis progenitores, pero que han representado para mí esa parentalidad tan difícil pero necesaria que es la de quien conjuga las funciones nutricias con las normativas.
“Padre no hay más que uno” … y menos mal, pues el padre del paciente es menos que uno y mejor que dos del mismo tipo. Como conozco de cerca al autor de esta anécdota, doy fe de que su padre ha influido negativamente en su crecimiento personal pero, por los mismos motivos, le felicito no sólo por haber sabido lidiar y remontar a base de esfuerzo un tanteador tan desfavorable sino por no repetir con sus propios hijos el patrón heredado y, antes bien, ser un padre que incluso yo quisiera para mí mismo.