Perdón. Cuán difícil es llegar a perdonarse: hacen falta muchos años. En mi caso así ha sido, para liberarse de una culpa autoimpuesta, de una condena que nosotros, sumarísimos e injustos jueces hemos decidido imponernos ¿Por qué nos declaramos culpables?, ¿de qué lo hacemos? Dos preguntas muy difíciles de responder.
En mi caso, he tardado años en darme cuenta, ha sido necesario tocar fondo para impulsarme hacia la superficie. Ha sido necesaria la terapia para comenzar, poco a poco, a darme cuenta de que soy inocente. Poco a poco he aprendido a conocerme, a exponer públicamente mis debilidades, mis inseguridades, y no ha sido fácil.
Abrirse en canal, como todos hacemos tanto en las reuniones individuales como en las sesiones de grupo, es algo que necesita de una fortaleza que sólo se adquiere cuando uno está dispuesto a perdonarse. Quitarse la negra toga de juez, colgarla para siempre y ponerse en la piel y en la actitud del abogado defensor, aunque sea de oficio, para esgrimir sólidos argumentos que poco a poco vayan abriendo los candados que aprisionan los grilletes.
No es inmediato, la defensa debe ser bizantina, somos un juez severo e injusto, y ahí radica su poder, la fuerza que nos mantiene débiles, la losa que pesa más que una vida. Pero también somos buenos abogados, muy buenos, y poco a poco, eslabón a eslabón, vamos liberando nuestra mente de las gruesas cadenas que la aprisionan y que impiden vernos como somos, querernos como debemos.
La ansiada libertad se va logrando paso a paso. Un día uno se levanta y lo que ve en el espejo le agrada, más tarde le gusta y finalmente le encanta ¡Ego te absolvo!
AUTOR: Paciente en tratamiento por adicción al alcohol