Paciente en tratamiento por alcoholismo
“Por lo que parece, tengo un modo bastante agresivo de decir las cosas. Además, parece que guardo cierto resentimiento, lo que hace que mis reacciones, a veces, sean desproporcionadas y que viva en un perenne estado de agresividad.
Podría justificarme alegando que soy fruto del ambiente en el que he vivido; con un padre que rara vez dulcificaba su discurso ya que, en general, siempre esgrimía un tono agresivo, con una conversación adornada de insultos. Pues sí, es lo que he mamado, pero en absoluto me justifica.
Los hechos, las situaciones que han producido la catarsis, se produjeron en tres momentos durante fin de semana. El primero, un gesto y unas palabras realmente desagradables lanzadas a bocajarro contra mi esposa (arrepintiéndome y solicitando su perdón algún tiempo más tarde).
El segundo, una desafortunada y carente de sentido opinión sobre una tienda y su encargado; paseaba con mi mujer y pasamos por delante de una tienda con un nombre particular, que no recuerdo, y cuyos productos eran objetos chic para el hogar. Me fijé y el comentario que salió de mi boca fue “este gilipollas se va a comer los mocos, no va a vender nada”. A mi esposa le sentó fatal y durante el resto del paseo de camino a casa estuvo comentándome lo harta que estaba de mi violencia verbal; que estaba influyendo negativamente en nuestros hijos y me pedía, ya en modo ultimátum, que cambiase mi actitud.
El tercer hito, y éste ya fue el determinante, fue escuchar a mi hija hacer un comentario despectivo y, al afearle su actitud, me respondió con un “pues es lo que he aprendido de ti”. La verdad es que nunca me había encontrado tan desprovisto de argumentos como en ese instante, tanto es así que lo único que hice fue cabrearme y soltarle una fresca, que obviamente sirvió para que tuviésemos una bronca.
Desde ese día he reflexionado mucho y procuro que mis pensamientos y por supuesto mis comentarios no sean hirientes ni despectivos, no tengo ninguna necesidad de hacerlo, pero llevo muchos años haciéndolo.
Esta semana he salido a la calle, me he cruzado con gente, con mucha gente, y mi mente ha pretendido juzgar, pero no lo he hecho.
He logrado cruzarme con desconocidos a los que mentalmente hubiese despellejado sin razón alguna y no lo he hecho, he logrado contenerme y que no haya aflorado ningún sentimiento de frustración. Creo que es de los momentos más sinceros, más introspectivos que he vivido en el tiempo que llevo de tratamiento. Me he quedado realmente tocado, muy impresionado conmigo mismo. Es duro reconocer los errores, las actitudes nada convenientes y en absoluto ejemplarizantes.
Espero y confío que el recuerdo de las situaciones vividas este fin de semana me acompañen siempre y me ayuden a retomar (más tomar) las riendas de mis emociones logrando que los recuerdos de esos momentos tan dolorosos y que me han marcado tanto vayan diluyéndose, en absoluto olvidándose porque es imposible, y sobre todo que no impliquen que aflore el resentimiento con el mundo, que no hace más que sacar lo peor de mí.”
Dr. Carlos Sirvent (psiquiatra)
José Luis López Vázquez encarnaba maravillosamente el estereotipo fílmico del español bajito y eternamente cabreado. En el periódico Faro de Vigo, Ángel Vence menciona varias asociaciones de españoles cabreados: Coordinadora de Agobiados y Cabreados, Unión de Cabreados y –por último- los Ciudadanos Cabreados de España (Cicaes). Esta última con sede en la taberna de Eligio, emporio del vino ribeiro. ¡Cojonudo!
Parece, pues, que el tándem enfado-español es algo más que un estereotipo. Según los sociólogos, el mensaje político que cuaja mejor es denostar al rival antes que mencionar el programa propio. Los haters (odiadores) de las redes sociales son legión y los programas televisivos de cotilleo mordaz son los que mejor rate exhiben. En España los avinagrados parecen gozar de excelente salud.
Consuela que el protagonista de nuestro texto supiera rectificar y tornar el vicio en virtud al hacerse consciente de que su avinagramiento y resentimiento no conducía a nada bueno, expulsando el resentimiento de su cuerpo como si fuera un demonio en una ceremonia en la que su hija sin pretenderlo ejerció de exorcista.