Paciente en tratamiento por alcoholismo

En mi recuperación una de las cosas que me propuse era no vivir amargado por dejar de beber. ¿Es que no iba a sonreír porque no bebo?, ¿no provocar una sonrisa a la gente que quiero?, ¿que no me importen las cosas bonitas que nos da la vida y no disfrute de ellas?, ¿no ser feliz? No, eso no va conmigo.

Todo esto lleva un trabajo diario de actitud, de cambio personal, de nuevos hábitos que generen bienestar, de optimismo y de levantarte cada mañana con buen ánimo. Recuerdo una anécdota que me ocurrió hace ya algunos meses, cuando tomaba café a media mañana, a la misma hora y en el mismo sitio.

Pedía un café solo y un vaso de agua a la misma camarera que de manera antipática me tiraba el café sobre la mesa sin mirarme o, si lo hacía, era de manera desafiante. No la conocía ni tampoco sus problemas. Yo respondía con una sonrisa y un “muchas gracias” cada mañana.

Me propuse que esa chica debía cambiar, aunque solo fuera unos minutos al servir café o por lo menos conmigo.

Al sexto o séptimo día de mantener nuestra misma actuación sobre el escenario, ella sonrió y me trajo el café sin pedírmelo, volví a sonreír y a agradecerle su servicio, me marché pensando que, si te propones solo con una sonrisa remontar las situaciones, se contagian y hacen sentir bien a uno mismo y al que le rodean.

Es posible que la camarera hubiera solucionado sus problemas o quizá hubiera percibido que yo insistía en hacer la situación un poco más agradable. Yo por lo menos me marché pensando que, a base de repetir situaciones beneficiosas para uno mismo, aunque sea algo mínimo, contagias a los demás y te hace sentir bien, sabiendo que con algo que es gratis como esbozar una sonrisa, ese momento, solo ese momento se hace mucho más agradable, y así con todo.

Hubiera sido tan fácil acordarme el segundo día de su familia por su actitud maleducada o no volver simplemente al bar a tomar café, pero insistí y eso me hizo sentir bien.

 

Dr. Carlos Sirvent (psiquiatra)

 

No sé por qué pero la camarera antipática me ha recordado a Penny, la camarera de la serie “The Big Band Theory” a la que un grupo de jóvenes y arrogantes científicos intentaba explicar el experimento del gato de Schrödinger. Penny, tajante, les replicó: “conozco lo del puto gato metido en una caja que no se sabe si está vivo, muerto o las dos cosas. Menuda gilipollez; el gato de mi hermano se quedó atrapado en un baúl y no hizo falta que lo abriéramos para saber por el pestazo cómo estaba”.

Complejos problemas a veces se resuelven de forma sencilla y directa como Alejandro Magno sajando el nudo gordiano con la espada o Penny con el gato de Schrödinger. La antipatía de la camarera no cambió por una sonrisa, sino por la repetición inquebrantable de la misma.