Esta mañana quizá hemos tenido un pequeño “golpe de realidad” durante la actividad en el centro de día. Y esto me lleva a reflexionar hoy sobre algo que inevitablemente había pensado anteriormente: ¿tenemos que caerles bien a nuestros pacientes?
Es cierto que mi primera respuesta sería un sí, aunque un sí unido a varios pero. Diría que sí como primera respuesta porque sin vínculo, sin cierta atracción y sin cierta predisposición de la persona con la que tratamos a escucharnos, a tomarse en serio lo que le decimos, a sentirse cómoda con nosotros… veo muy complicado poder realizar un tratamiento con éxito. Ahora bien, sólo cayendo bien no se ayuda a nadie.
Como hemos hablado esta mañana, ser buena terapeuta pasa por decir cosas que resultan incómodas y por poner límites, cosas que con facilidad pueden ofender, sentar mal o incomodar. Sin embargo, no podemos dejar de hacerlo, ya que es un requisito para que la persona mejore, aprenda y se esfuerce por conseguir sus objetivos, los cuales la mayoría de las veces no son fáciles ni se consiguen de forma placentera. Poner por delante el caer bien, el que el paciente “se vaya feliz y reforzado” tras hablar con nosotros, no es una forma responsable de hacer terapia.
Por otro lado, confrontar y limitar no solo es incómodo para quien recibe la crítica, sino también en muchos casos (el mío es uno) para quien la realiza, ya que al fin y al cabo supone enfrentarnos a un posible rechazo y a una mala contestación. Aquí ya entra en juego la propia personalidad, estilo e inseguridades del terapeuta.
En mi opinión tenemos que pensar lo que decimos y hacerlo siempre desde el respeto, intentado consensuar y razonar más que imponer, pero sobre todo haciéndolo de la forma que empuje a la persona a “hacer lo que tiene que hacer”.
En ocasiones es tentador evitar, no atreverse a decir lo que creemos que debemos decir por miedo a no agradar, a llevarnos una mala contestación y a dejar de caer bien. Este me parece un miedo legítimo, ya que como personas humanas que somos nos importa lo que piensen los demás de nosotros, pero no podemos dejar que esto nuble y ablande nuestras intervenciones.
Sumidos en esta tesitura, lo importante es cómo nos las arreglamos para sobreponernos a esto y atrevernos a confrontar si es necesario, a poner límites y a decir cosas que incomodan (a quien las dice y a quien las escucha, insisto).
Es por esto por lo que considero que el haber creado un vínculo previamente, el “caer bien”, ayuda, aunque es importante que este vínculo, esta cercanía, no quede en un mero “colegueo”, si no que cristalice en una buena alianza de trabajo.
Esta alianza ya es difícil de conseguir. Seguramente lo mas frecuente sea que durante la creación del vínculo llegue un momento en el que al poner límites y deberes, al confrontar, se genere un malestar, un rechazo. Quizá la persona piense cosas del tipo “pues no me cae tan bien como pensaba”, pero tras este momento y, sobre todo, viendo que la crítica tenía un porqué y que con ella se busca su bienestar y mejora, se produce un cambio en la relación que pasa de ese colegueo a una relación de trabajo, terapéutica, que es la que yo defendería que debemos intentar buscar (por norma general).
Me pregunto también si habrá pacientes que pese a que sientan ese “me cae mal”, a largo plazo sepan ver que el que alguien que les ponga límites y tire de ellos es lo que necesitaban. Creo que todos/as nos habremos topado en nuestra vida con algún profesor en la escuela que resultaba insoportable para casi toda la clase por todo lo que te hacía trabajar y estudiar, pero que al recordar su asignatura acababas apreciando que te hubiese hecho aprender tanto. En este mismo sentido diría que el terapeuta, al igual que el profesor, tiene que poner por delante el “enseñar” al “agradar” (entendiendo los términos con sus diferentes implicaciones en cada contexto).
En resumen, no tenemos que hacernos amigos/as de las personas en tratamiento, ni tenemos que poner por delante de nuestros deberes como terapeutas el “caerles bien”.
Tener una buena alianza de trabajo, un vínculo terapéutico, no es hacer sentir siempre bien a los usuarios/as. Evitar poner límites y priorizar el agradar es tomar el camino fácil, y tomar el camino fácil es crear una falsa ilusión en los pacientes, los cuales al salir de la burbuja que es el tratamiento tendrán que darse de nuevo de bruces con la realidad y descubrir que, por desgracia, no todo es tan bonito como se lo habíamos pintado. Y, sobre todo, descubrir que no están preparados para lidiar con las dificultades que entraña.
Autora: Laura Cachón Alonso. Psicóloga. Estudiante Máster Psicología General Sanitaria