Una de las áreas básicas adictivas1 postuladas por el Dr. Sirvent (Sirvent, C. 1991) es la dependencia.

Argumento este crucial que conduce a las personas afectadas por un trastorno adictivo a buscar ayuda especializada cuando ya no pueden negar por más tiempo su padecimiento o, si se quiere, han abandonado la fase de precontemplación (Prochaska y DiClemente, 1984). Dejando aparte las características de las adicciones descritas en los manuales al uso, el avance del conocimiento científico acumula un número creciente de evidencias que sustentan la hipótesis de que todos los sujetos adictos muestran en mayor o menor grado una personalidad dependiente (caracterial o reactiva) no sólo del “objeto adictogénico” sino de relaciones, comportamientos, situaciones y emociones concurrentes con el proceso adictivo que les conduce a la anulación de su capacidad para tolerar las frustraciones, a escapar ciegamente de cuanto les pueda producir displacer, a una búsqueda igual de ciega de compensaciones hedonistas inmediatas sin reparar en las consecuencias (tendencias ambas presentes en los seres vivos pero llevadas en estos casos a lo patológico), a mantener un estilo de vida acomodaticio, pasivo y sumiso y a alimentar patrones nocivos de comportamiento iterativo en perjuicio propio (“me pega pero me quiere”) que con suma facilidad inundan por entero su actuación vital. No me voy detener más ahora en la explicación de esta área básica ya que el objetivo de este texto es precisamente la descripción de su opuesto pues representa la diana terapéutica prioritaria en el abordaje de la misma, y que sería la autonomía y no la independencia, como más adelante trataré de diferenciar.

Autonomía vs. independencia

La autonomía psicológica – especialmente la emocional – es un aspecto poco estudiado, de espinosa definición clínica debido a las dificultades que entraña su operativización al margen de ciertas obviedades y de escasa presencia en la literatura sobre adicciones, más centrada e interesada en la patogénesis que en la salutogénesis. En contraste con este hecho, el trabajo terapéutico con sujetos adictos supone una continua lucha por conseguir dicha autonomía que encuentra potentes enemigos en su contra, estando uno de los más recalcitrantes representado en el binomio independencia-dependencia. Sobre el primero de ambos elementos, todos sabemos que “independencia” es en la actualidad un argumento tan atractivo como recurrente que se esgrime con arrebato en diversos ámbitos de la actividad humana, muchas veces hasta su desnaturalización, mueve pasiones básicas en colectivos de signo diverso y de igual manera encona conflictos que proporciona alivio a personas y grupos humanos al conectarse con la noción de libertad y con la posibilidad de elegir y de actuar sin intervención o tutela ajena. Por si fuera poco, su lectura psicológica añade complejidad al conjunto y plantea sutiles trampas porque, si bien es cierto que implica la emancipación de cualquier relación subordinada y de los lazos de sujeción al (lo) otro, liberando al individuo y otorgándole la soberanía sobre el destino propio, en ocasiones quienes la buscan excluyen de esta potestad las demandas adaptativas que plantea la asunción de vínculos significativos y las responsabilidades emergentes de la interacción con otras personas e incluso con la propia existencia.

Frente a todo lo anterior se encuentra la autonomía que, si bien alude asimismo a la facultad para gobernar las propias acciones sin quedar a expensas de otros y a pesar de la influencia externa (se opone a heteronomía, que significa «depender de fuerzas externas»), no supone la ausencia del afecto, de la supervisión y de la compañía de otras personas. Antes bien, ser autónomo remite a una manera de actuar y de funcionar adecuadamente sin requerir que otra persona asuma los propios compromisos y expresa la capacidad del sujeto para proponerse normas a sí mismo y respetarlas sin influencia de presiones ajenas pero incluye vinculación, compromiso y responsabilidad, aspectos todos que en la independencia mal entendida se evitan por sistema. Así, la persona autónoma es capaz de dirigir su comportamiento y de tomar decisiones pero enmarca su actuación en la salvaguarda de los vínculos que le son significativos, en el compromiso con sus acciones y en la responsabilidad definida como la aceptación de las consecuencias favorables o desfavorables contingentes al propio comportamiento.

Autonomía y adicción

Como he mencionado al comienzo, los procesos de adicción conllevan no sólo un funesto training en dependencia del objeto o sustancia de que se trate sino también la creación de diversos tipos de dependencias subsidiarias, menos evidentes pero igualmente graves como resultan ser la dependencia de situaciones, de vínculos tóxicos, de personas concretas y, en la cúspide de la pirámide a mi juicio, uno de los más terribles sometimientos que acompañaban a cualquier adicción (aunque también se pueda presentar en otros trastornos del psiquismo), que es la dependencia de los propios contenidos mentales, sean afectivos, sean cognitivos o sean de otra modalidad (experiencial, educativa, etc). De hecho, cuando el sujeto adicto alude a sus emociones, estados de ánimo, creencias, conductas y actitudes llama poderosamente la atención cómo los antropomorfiza, cómo se refiere a ellos tal si fueran entes con vida propia que impusieran su voluntad sobre la del propio individuo, fenómeno aledaño con la “inversión de la flecha intencional” de la hablaba J.J. López Ibor al describir las psicosis. Por contraste, una persona autónoma es consciente de la importancia que tales procesos poseen sobre su forma de afrontar la vida pero sabe orientar su comportamiento en la línea que estime más adecuada, sea congruente o no con lo que sus estados emocionales le dictan, sin que ello le conduzca a la disonancia interna que preside el panorama intrapsíquico de muchos sujetos dependientes (camuflada por el autoengaño) e incluso de muchos otros que se consideran “independientes”.

Convertirse en una persona autónoma cuando se sufre de adicción es un proceso farragoso, lento e incluso doloroso puesto que el sujeto no sólo debe renunciar a la multitud de hábitos e inercias adquiridos durante la misma sino que tiene que explorar los territorios de la incertidumbre y del miedo a lo desconocido mientras crea otros nuevos2. Implica además para el adicto la búsqueda de un equilibrio entre la capacidad para solicitar el concurso de otras personas en los distintos avatares de su vida y el requerimiento de convertirse en gestor y supervisor tanto de la propia conducta como de sus contenidos afectivos y mentales, regulándolos en ausencia de la intervención ajena mediante los recursos y habilidades de que disponga3. La autonomía resulta por ello un ingrediente muy importante en el bienestar subjetivo por cuanto impide que sean otras personas quienes decidan sobre el propio estado anímico, especialmente cuando se trata de emociones negativas o destructivas, y proporciona a la persona la posibilidad tanto de decidir conscientemente la temperatura afectiva que quiere experimentar (autoeficacia emocional) como, y sobre todo, la conducta que va a adoptar ante una situación y ante la emoción que viva en ese momento.

¿Qué aspectos podemos incluir en el concepto de autonomía psicológica?

A fin de evitar que este texto se convierta en un parlamento académico sin demasiada utilidad clínica (aptitud que poseo para mi desgracia), intentaré listar a continuación algunos aspectos que configuran a mi entender el concepto autonomía y que pueden servir como foco de intervención si se quiere impulsar la mejora de nuestros pacientes, debilitando de manera complementaria su tendencia dependiente. Propongo los siguientes:

  • En primer lugar – y antes de adentrarse en cuestiones más etéreas – la persona necesita ampliar y mejorar su repertorio comportamental en caso de que éste sea escueto o tan sólo circunscrito a ciertos lugares, relaciones y situaciones, como suele ocurrir con mucha frecuencia en los trastornos adictivos. Condición básica para que ello se produzca es una reforma de los hábitos y gestos cotidianos que suministre energía vital y traduzca en acciones concretas, bien orientadas, saludables y mantenidas en el tiempo el sostén fundamental de la autonomía, que es el autocuidado. De hecho, el sujeto adicto se vuelve autónomo gracias a conductas tan domésticas como hacer la cama, limpiar la casa, alimentarse adecuadamente, velar por su higiene y cuidado corporal, realizar ejercicio físico, descansar, disfrutar del tiempo de ocio, etc., introduciendo así orden en su día a día (y también en su mente) mediante unos horarios definidos aunque no rígidos que le liberen de ataduras físicas y psicológicas derivadas de la dependencia y, además, permitan que la conciencia respecto a sus problemas pueda crecer y protegerle del desgaste temporal que desemboca en autoengaño y concluye en recaída.

  • He comentado previamente que no hay autonomía en ausencia de responsabilidad y sé que este asunto se presta a sesudas reflexiones sobre la naturaleza del ser humano que resultan sugerentes pero no suelen esclarecer el curso de acción cuando de terapia eficaz se trata. Pues bien, si tratamos de definirla operativa y sintéticamente, la responsabilidad se soporta y emerge de la capacidad para asumir con madurez las consecuencias que se derivan de los propios actos. Esta aparentemente sencilla definición conlleva en la praxis de las adicciones un esfuerzo ímprobo por parte de pacientes y profesionales que abarca desde el complejo abordaje de la mistificación4 hasta el cambio de patrones de relación interpersonal en multitud de casos firmemente arraigados desde la infancia (de la sobreprotección a la exigencia excesiva) pasando por la reforma del autoconcepto del individuo y por la modificación comentada más arriba del repertorio de habilidades, aptitudes y recursos comportamentales de cada paciente en función de su momento evolutivo.

  • Ni que decir tiene que otro de los elementos básicos de la responsabilidad así definida sería el desarrollo de la capacidad para gestionar las propias emociones (autonomía emocional), para detenerse a pensar – capacidad reflexiva – en opiniones diferentes y en evidencias o argumentos incluso si ello conduce a descubrir defectos en el propio sistema de creencias (autonomía cognitiva) y para tomar decisiones y ponerlas en práctica por uno mismo (autonomía comportamental).

  • Al implicar vinculación y compromiso, supone de igual manera receptividad y sentido crítico frente a la impermeabilidad de las actitudes prepotentes y la asunción total e irracional de criterios externos que acompaña a las actitudes dependientes. La autonomía se sitúa por ello en un punto equidistante entre la desvinculación afectiva y la dependencia emocional.

  • Y también incluye un conjunto de características y elementos psicológicamente relacionados que se enuncian con el prefijo “auto”: autoconocimiento, autoconciencia, autoaceptación, autoconfianza, automotivación, autoeficacia, autoayuda, etc.

Autonomía en adicciones, un desafío

¿Y…ya está…?

Pues evidentemente, no. La autonomía en adicciones configura un reto de primer orden que no se agota en las pocas líneas anteriores y que espero que estimule al público potencial que lea esta entrada en nuestro blog hacia una mejor acotación teórica y práctica del término (y que agradecería amplia y sinceramente que se me comunicara).

Como todo lo adaptativo, la autonomía es un factor dinámico que exige reformulación constante en la dialéctica entre el individuo y su realidad. De este desafío no estamos excluidos los profesionales que intervenimos en adicciones pues, antes bien, nos plantea una doble demanda, la de la clínica diaria (crecer con nuestros pacientes) y la de nuestra vida personal, que también se merece una parte de nuestros esfuerzos.

1 Las Áreas Básicas (Sirvent,C. 1991) son cuatro: vitalidad, dependencia, autocontrol y mistificación.

2 Es en este proceso donde más sentido adquiere el “acompañamiento terapéutico” implícito en la alianza de trabajo paciente-terapeuta.

3 Una de las situaciones que mejor ejemplifica este equilibrio es el manejo de los deseos de consumo, pues el sujeto necesita en muchos momentos valerse de la ayuda externa para desmontarlos (previa verbalización) pero, aún así, también debe encarar la lucha interna entre el deseo y la voluntad de consumir. La autonomía que haya alcanzado se va a revelar en estos momentos en el “admito que deseo (…) pero de igual forma tengo claro que no quiero hacerlo pues soy yo quien decide cómo me comporto”.

4 Otra de las áreas básicas adictivas postuladas por el Dr. Sirvent (Sirvent, C. 1991).

Autor: Leandro Palacios Ajuria, Psicólogo Clínico