Imagen de autoestima representada en una pizarra

Aunque en los temas y cuestiones que he tratado en entregas previas se deja entrever la importancia de las relaciones significativas en su construcción o deformación, quiero ahora reflexionar sobre el papel de tales relaciones en este campo tan amplio, a veces etéreo y siempre cardinal que es la autoestima.

En caso de que el ser humano fuera un sistema cerrado, sus componentes psíquicos se influirían y modificarían al igual que en un sistema abierto, construyendo no obstante una entidad sin capacidad para satisfacer las exigencias adaptativas de un medio cambiante y dinámico. Así mismo, la persona quedaría abandonada al azar y a ese “reparto inicial” de dones o defectos que mencionan algunas doctrinas de talante determinista e incluso algunos modelos sobre la construcción de la personalidad[1], con la práctica eliminación de conceptos tan esencialmente humanos como la libertad, la intencionalidad, la voluntariedad, etc. En este supuesto, por ende, la psicoterapia no tendría sentido ya que ésta no sólo busca cambios favorables[2] en los pacientes sino que es a través del vínculo significativo llamado alianza terapéutica como el terapeuta influye en los mismos para ayudarles a conseguirlos.

Los asuntos que planteo se prestan a un análisis extenso al que renuncio para, aceptando la influencia de las relaciones significativa en todos y cada uno de los elementos de la autoestima descritos en las entregas previas, tratar de ofrecer algunas  indicaciones sobre dianas terapéuticas que favorezcan el trato saludable del sujeto consigo mismo mediante la mejora de sus capacidades para relacionarse de manera productiva con los demás. Las capacidades a las que aludo son:

  • La RECIPROCIDAD, puesto que no puede haber relación sana que no se base en el afecto mutuo y mostrado, en derechos y compromisos igualitarios y en el respeto recíproco. Respetar a alguien es tratarlo con dignidad pero no significa dejar que los demás hagan lo que les venga en gana y el respeto es algo distinto del temor.
  • La COMUNICACIÓN, fomentando la escucha activa (habilidad de escuchar poniéndose en el lugar de la otra persona y estar menos pendiente de los propios mensajes que de los del otro) y el intercambio abierto y sincero.
  • El manejo de los CONFLICTOS, mediante un diálogo no impositivo sobre las divergencias, una negociación igualitaria y el equilibrio entre firmeza y flexibilidad. La posibilidad de establecer un diálogo respecto a los diferentes puntos de vista que tengan dos sujetos sin que ninguno imponga su opinión implica una serie de elementos entre los cuales cabe destacar la confianza en el otro. Ser desconfiado tiene consecuencias negativas no sólo para el entorno del sujeto (los desconfiados son personas difíciles de tratar), sino también para él mismo, ya que le supone un muro que le impide relacionarse adecuada y sanamente con los demás. Para poder confiar en el otro tenemos que desarrollar nuestra propia confianza y ello se basa no sólo en la seguridad de ser capaces de actuar y llevar a cabo las tareas de nuestra vida cotidiana sino también en la capacidad de gestionar el propio mundo emocional, conociendo lo que sentimos, tomando las decisiones correctas en el campo afectivo, protegiéndonos del dolor y aprendiendo a crear relaciones sanas y duraderas.
  • El equilibrio YO – NOSOTROS – TÚ / ELLOS, para lo cual  la interacción entre dos personas debe incluir la existencia, aceptación y mantenimiento de espacios y momentos propios (del yo y del tú), espacios y momentos para compartir con el otro (creando así el nosotros) y de espacios y momentos para las otras relaciones (amistades, familia, etc.) que conforman nuestro universo relacional.
  • La INDIVIDUALIDAD frente al INDIVIDUALISMO. La individualidad podría definirse como “yo y los demás” en vez del “yo o los demás” propio de posturas individualistas y dependientes. 

Aunque esta última entrega sobre la autoestima se me antoja la más indigesta por la amplitud de las cuestiones que intenta abordar y por los muchos espacios que deja sin llenar, quiero acabarla con un párrafo que atesoro desde hace tiempo pero, como me suele pasar en multitud de ocasiones, me dejo seducir por las palabras y los contenidos y, cuando quiero recuperar la fuente y el autor, ya no sé dónde buscarlos. Si algún lector potencial reconociese estos enunciados, por favor que me lo haga saber.

La construcción del sí mismo necesariamente supone la existencia de «otros» en un doble sentido. Los otros son aquellos cuyas opiniones acerca de nosotros internalizamos. Pero también son aquellos con respecto a los cuales el sí mismo se diferencia, y adquiere su carácter distintivo y específico. El primer sentido significa que «nuestra autoimagen total implica nuestras relaciones con otras personas y su evaluación de nosotros». El sujeto internaliza las expectativas o actitudes de los otros acerca de él o ella, y estas expectativas de los otros se transforman en sus propias auto-expectativas. El sujeto se define en términos de cómo lo ven los otros. Sin embargo, solo las evaluaciones de aquellos otros que son de algún modo significativos para el sujeto cuentan verdaderamente para la construcción y mantención de su autoimagen. Los padres son al comienzo los otros más significati­vos, pero más tarde, una gran variedad de «otros» empiezan a operar (amigos, parientes, pares, profesores, etc.). Por lo tanto, la identidad supone la existencia del grupo humano. Responde no tanto a la pregunta ¿quién soy yo? o «¿qué quisiera ser yo?» como a la pregunta: «¿quién soy yo a los ojos de los otros?»

[1] “Se ha criticado la actual configuración del Eje II, en la medida en que su formulación categorial y ateórica no define categorías discretas sino solapadas (favoreciendo la comorbilidad espuria), se construye a partir de criterios diagnósticos redundantes, no es capaz de explicar las variantes de cada categoría, no concuerda con la evidencia empírica, aplica un modelo médico-biológico reduccionista e inadecuado y carece de fiabilidad y validez. En la actualidad se trabaja sobre la hipótesis de un Eje II dimensional en el DSM-V desde la consideración de que «los trastornos de personalidad no son cualitativamente distintos del funcionamiento de la personalidad normal, son simplemente variantes desadaptativas extremas de los rasgos comunes de la personalidad». (Pedrero Pérez, EJ. 2007).

[2] Todos los grandes autores y modelos del campo de la psicoterapia hablan del cambio y proponen estrategias para promoverlo. Por ser de lectura amena pero sugerente, aconsejo consultar el artículo ¿Porqué no se mueven los continentes?, ¿Porqué no cambian las personas?” de Janice M. Prochaska y James O. Prochaska.  Revista de psicoterapia, ISSN 1130-5142, ISSN-e 2339-7950, Vol. 12, Nº 46-47, 2001, págs. 17-36.