Cualquier tratamiento psicológico se sustenta en una relación entre, al menos, dos personas, una de las cuales siempre es el psicólogo (terapeuta).

Esta afirmación, que puede parecer trivial; nos recuerda que el éxito de una intervención, su propio funcionamiento más bien, no consiste en un paciente/cliente con determinado problema clínico y un conjunto de técnicas que se aplican según convenga. La figura del psicólogo es fundamental tenerla en cuenta.

Y con tenerla en cuenta quiero decir entenderla, del mismo modo que se pretende entender al paciente/cliente, su comportamiento en sesión, fuera de sesión, su problemática. El psicólogo es tan humano como él, lo que significa que su conducta está sujeta a mismos principios que el resto de las personas. Le afectan e influyen las mismas cosas que a los demás. Esto es extraordinariamente relevante porque esas limitaciones en el rendimiento, efectos de formación de impresiones, actitudes, contingencias de refuerzo…que le afectan pueden repercutir en el tratamiento de forma negativa. De ahí la necesidad de estudiar la figura del psicólogo y su conducta, para poder mejorar en última instancia la calidad de las intervenciones.


Se podrían comentar multitud de aspectos del terapeuta, pero en este trabajo voy a considerar los conflictos de tipo ético. De manera sucinta podría decirse que estos se producen cuanto el psicólogo experimenta algún tipo de incompatibilidad entre varios intereses. Cómo se resuelva ese conflicto puede influir notablemente en el desarrollo de la terapia. En el seminario del miércoles se expuso un caso muy representativo. Un pederasta acude a consulta. El psicólogo, entonces, se encuentra en una situación conflictiva. Por una parte, siente aversión por la persona, lo que motiva que no desee prestarle ayuda. Por otro lado, es consciente de que su deber como psicólogo es el de ayudar a quien lo necesite y lo solicite. ¿Qué debe hacer? ¿Cómo debe actuar? Y yendo a un ejemplo del polo opuesto, ¿qué ocurre cuando el psicólogo se siente atraído sexualmente por el paciente/cliente?.


Una cosa está clara, y debemos aceptarla si asumimos lo dicho en el primer párrafo, el terapeuta no puede simplemente dejar de sentir o pensar lo que siente o piensa. Con ciertas personas, por ejemplo, el juicio moral aparecerá irremediablemente, y lo mismo ocurrirá con reacciones de enamoramiento, excitación, o del tipo que sea. En cierta medida puede prevenir que se den algunos de esos conflictos, anunciando por ejemplo cuál es la especialidad o servicio específico que ofrece o explicitando en el contrato terapéutico el tipo de relación que va a tener con el paciente/cliente. Pero más interesante es saber el tipo de respuesta que debe dar una vez aparece el conflicto. Por desgracia, el código deontológico del Colegio Oficial de Psicólogos no ofrece muchas respuestas. En el artículo 10 se dice: “En la prestación de sus servicios, el/la Psicólogo/a no hará ninguna discriminación de personas por razón de nacimiento, edad, raza, sexo, credo, ideología, nacionalidad, clase social, o cualquier otra diferencia.” (Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos, 2010) Sin embargo, esto no resulta muy esclarecedor. No ayuda para resolver nuestro segundo caso, el de atracción sexual y tampoco aporta una gran solución para el caso del pederasta, pues podría interpretarse como que debe atenderse a cualquiera que lo pida, con independencia de cómo afecte eso al psicólogo. Aunque puede que lo haya interpretado erróneamente.


De todos modos, podemos servirnos del código de conducta de la APA (American Psychological Association, 2017), que es más explícito y elaborado. La clave está en su principio básico: beneficencia y no maleficencia. El psicólogo busca ayudar, o como mínimo, no dañar. Eso ya nos puede hacer advertir que el artículo 10 del código deontológico quizá no sea suficiente para resolver un caso como el del pederasta. Con respecto al tema de la atracción sexual es muy claro: los psicólogos no pueden involucrarse en relaciones sexuales con los pacientes/clientes. Esto, no obstante, tampoco es de mucha ayuda, pero hay otro artículo más útil. El artículo 3.05 trata sobre las “relaciones múltiples”, aquellas en las que el psicólogo mantiene al mismo tiempo tanto su rol profesional y otro rol propio de relaciones íntimas no profesionales, por ejemplo, amistad o noviazgo. El artículo es algo más detallado, pero aun con esta descripción creo que sería justificado incluir nuestro caso de atracción sexual como una forma de relación múltiple, aunque sea solo incipiente. Con respecto a estas relaciones, el artículo dice literalmente: “A psychologist refrains from entering into a multiple relationship if the multiple relationship could reasonably be expected to impair the psychologist’s objectivity, competence, or effectiveness in performing his or her functions as a psychologist, or otherwise risks exploitation or harm to the person with whom the professional relationship exists.” Como se puede comprobar, es una forma de aplicar el principio de no maleficencia.


Se puede inferir, entonces, una respuesta general a nuestros casos. Si la decisión de iniciar o mantener una terapia va a implicar un deterioro en la objetividad y desempeño de las funciones propias de un psicólogo, con el consiguiente riesgo de ser menos eficaz, entonces no se debería iniciar o mantener la terapia. Más resumido aún, si la competencia profesional va a verse reducida, debe derivarse a la persona a otro psicólogo. Hemos llegado, pues, a una regla condicional muy sencilla y clara que puede ayudar a resolver conflictos ¿no? Pues en principio sí, pero oculta una gran dificultad. ¿Cómo verificar que se cumple la condición antecedente que nos lleva necesariamente al consecuente? Es decir, ¿cómo determina el profesional que una persona o relación está afectando negativamente a su objetividad y rendimiento, o puede hacerlo? Cómo se juzga si el desempeño se verá afectado es un tema que prefiero no tratar en este trabajo, pero sí el cómo se juzga si el desempeño actual está siendo afectado.


En el seminario se hizo notar este problema, y la palabra que se dio como respuesta fue la de conciencia, el psicólogo debe ser consciente de lo que siente y piensa para poder evaluarlo como problemático o no. No puedo estar más de acuerdo, la metacognición juega un papel muy importante en este punto. Por cierto, que, al tratarse la resolución de estos conflictos éticos de un proceso de toma de decisiones, hay muchos más elementos a considerar que son también muy influyentes. La metacognición es solo una parte, aunque de gran peso. Con metacognición nos referimos “al subconjunto de operaciones cognitivas que están involucradas en la evaluación crítica y control de calidad de las propias funciones cognitivas” (Fiedler et al, 2019). Las operaciones fundamentales son la monitorización y el control, o lo que es lo mismo, la supervisión y la corrección de errores. El psicólogo debe ser capaz de poder examinar el tipo de pensamientos sobre la persona que van apareciendo, así como lo que le dice (y cómo), lo que hace… y además debe poder corregirlo si le está llevando a tomar malas decisiones. Pero no acaban ahí las exigencias. Dentro de lo que cabe, la monitorización y el control en sí no son “difíciles”, de hecho, están presentes en prácticamente todos los procesos cognitivos que requieren cierta deliberación. Lo crucial reside en “cómo” es esa metacognición, digamos, si hay sesgos o no (miopía metacognitiva, como se dice en Fiedler et al (2009) ). En términos técnicos se diría que importa la habilidad de distinguir entre juicios correctos e incorrectos (resolución) y la medida en que los juicios se mantienen con un exceso o déficit de confianza (calibración) (Fiedler et al, 2019).


En lo referido a la resolución o exactitud de los juicios, se me ocurre que, para su mejora, podría ser pertinente una adecuada formación previa. En cierta medida contradice lo que se sugirió en el seminario sobre la necesidad de tener un mayor conocimiento de uno mismo, pero creo que es una medida razonable. El objetivo es tomar una decisión (continuar terapia o no) en base a un juicio (un comportamiento, actitud… x que realizo o tengo como psicólogo es apropiado o no), que debe tener alguna referencia sobre la que basarse. Esa referencia creo que puede proceder de una base de conocimiento no informal, académica, si se prefiere. Por ejemplo, conocimiento sobre el tipo de conductas y pensamientos que son características durante el enamoramiento. Si se conocen con un mínimo detalle cosas como que es común la tendencia a hacer revelaciones íntimas, será más fácil identificar en la propia relación que se mantiene con el paciente/cliente si se está produciendo o no. Y además saber la causa, lo cual facilita juzgar finalmente la relación como inadecuada.
Por otro lado, se tiene la calibración, un concepto que muy a menudo va asociado al sesgo de exceso de confianza. Este sesgo suele ser la mayor amenaza en cuanto a mala calibración de juicios y puede llevar a tomar decisiones equivocadas. Y es que, además, los efectos negativos probablemente se notarían tanto si se juzga la relación/conducta… como adecuada como si no. La confianza parece tener peso en la regulación del esfuerzo, por lo que tan perjudicial es el psicólogo que confía en su diagnóstico de que la situación es adecuada (cuando no lo es) y por ello no busca evidencias que lo avalen, como todo lo contrario. En esta orilla opuesta está el psicólogo que tiene la certeza de que la relación que se mantiene es inadecuada o que sus actitudes hacia el paciente/cliente van a impedirle realizar su trabajo, y que por ello pasa directamente a la acción, derivando a la persona, quizá prematuramente. (Wickens et al, 2015). Después de todo esto, si tuviera que sugerir alguna acción para prevenir el exceso de confianza y mejorar la calibración diría un par medidas. La primera es la misma que la anterior, algún tipo de formación específica con respecto al fenómeno “de riesgo” (prejuicios, estereotipos, atracción sexual…). De nuevo, la idea del autoconocimiento me parece insuficiente. Y no es solo una opinión. Es cierto que el exceso de confianza afecta a expertos y a novatos, pero parece bastante documentado que “individuos relativamente poco hábiles no solo tienen más respuestas erróneas, sino que además sobreestiman sus habilidades. Esto es, un déficit de conocimiento previene a los que tienen un rendimiento más pobre de darse cuenta cuan pobre está siendo su rendimiento. Sin embargo, si se entrenan para mejorar su competencia, la autoevalución también se vuelve más precisa” (Fiedler et al, 2019). Este efecto es más notable además cuando los juicios se dan en entornos de incertidumbre, con problemas más difíciles (Wickens et al, 2015), con situaciones como las que enfrenta diariamente un psicólogo. La segunda medida que se me ocurre la dijeron en el seminario, la consulta con colegas. Parece obvio, pero es que el feedback externo es fundamental para hacer mejores juicios. Por otra parte, la idea de que “dos cabezas son mejor que una” no es algo meramente de la sabiduría popular, sino que tiene base empírica, y en algunas ocasiones como en la que aquí se presenta puede llevar a decisiones óptimas (Fiedler et al, 2019).


El trabajo se podría extender aún más, mi análisis es muy superficial, pero las ideas “me bailan” un poco, y no creo que sea capaz de desarrollar más.

1 Es posible que esté mezclando exceso de confianza con el tema de errores tipo I y tipo de II de estadística y Teoría de Detección de Señales, pero la idea es similar.

2 No me siento cómodo con mi traducción, esta es la cita literal: (…) relatively unskilled individuals not only make erroneous responses but also overestimate their abilities. That is, a de?cit in knowledge prevents poor performers from realizing how poorly they are performing. However, if trained to become more competent, their self-assessment also becomes more accurate.

Referencias
Código Deontológico del Psicólogo. (2010). Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos. Recuperado de: https://www.cop.es/pdf/Codigo-Deontologico-Consejo-Adaptacion-Ley-Omnibus.pdf
Ethical Principles of Psychologists and Code of Conduct. (2017). American Psychological Association. Recuperado de: https://www.apa.org/ethics/code/ethics-code-2017.pdf
Fiedler, K., Ackerman, R., y Scarampi, C. (2019). Metacognition: Monitoring and Controlling One’s Own Knowledge, Reasoning and Decisions. En R. Sternberg y J. Funke (eds), The Psychology of Human Thought: An Introduction (pp.89-111). Heidelberg University Publishing.
Wickens, C., Hollands, G., Banbury, S., y Parasuraman, R. (2015). Decision making. En C. Wickens, G. Hollands, S. Banbury y R. Parasuraman, Engineering psychology and human performance (pp. 245-284). Psychology Press.

Diego Hernández Jiménez, alumno de 4º. Grado en Psicología