En la sesión de esta tarde hemos estado hablando de la soledad, y no podía dejar de pensar que tendemos a ver la soledad como algo interpersonal: “si me siento solo es que me falta gente”. Solemos decir frases como: “estoy solo porque no tengo a nadie”, “estoy solo porque nadie me quiere”, pero nunca pensamos que estamos con nosotros mismos, que nosotros somos nuestra mejor compañía.

Si nos fijamos en los niños pequeños, es raro que digan que sienten solos (salvo raras excepciones) y ellos pasan mucho tiempo solos (quitando las horas de colegio, que son las mismas que podemos pasar los adultos trabajando, rodeados de compañeros, al igual que ellos). Los niños cuando pasan tiempo solos están jugando, pintando entretenidos. Simplemente disfrutan de lo que hacen y no se plantean ni el por qué lo hacen, ni para qué. Los adultos, cuando nos sentimos solos, buscamos hacer actividades para evitar sentirnos solos, pero esas cosas que hacemos solo nos hacen sentirnos más solos, precisamente porque no las disfrutamos y entonces pensamos ¿para qué las hago?

Se nos olvida que la soledad la sentimos cuando no nos encontramos a nosotros mismos.

Por poner un ejemplo, si pienso en mí misma. Me levanto una mañana de verano, descansada y me preparo tranquilamente el desayuno. Desayuno con el sol y con música. Para ese día no tengo grandes expectativas, sin embargo, no me siento sola. No me siento sola porque estoy descansada y haciendo algo que me gusta mucho; estoy cuidándome a mí misma con un desayuno relajado (uno de mis mayores placeres).

Pongamos ese mismo ejemplo pero un día entre semana durante el curso, cuando sé que lo siguiente que me espera es un fin de semana de estudio, que seguramente haya dormido peor por estar pensando en el fin de semana que me espera. Seguramente me levante y no me haga un desayuno tan estupendo, ni me ponga música para desayunar (“total, si para lo que me espera…”) y lo más probable en esa circunstancia es que me sienta sola. Me pondré a mirar el móvil y a ver cómo otras personas se han ido de fiesta o han estado pasándolo bien y pensaré que yo estoy sola, encerrada en mi casa.

La diferencia, a mi parecer, entre las dos situaciones es el autocuidado.

Ya no solo el para qué hago algo y por qué lo hago sino, desde dónde lo hago. El desde dónde es algo que deberíamos tener más presente. La misma conducta en la misma situación no es igual si lo hacemos desde el amor o desde el odio o desde la desgana. Y aquí es donde hilo con la idea de que la soledad no es interpersonal, es personal. Porque en función del sentimiento de amor propio que nos nazca al hacer las cosas las disfrutaremos. Y las disfrutaremos por igual si las hacemos en soledad o en compañía. Porque si te gusta bailar y disfrutas bailando, te estás cuidando. Y si dejas de disfrutar de bailar no es (seguramente) porque ya no te guste o porque te hayas quedado sola en la vida, seguramente te hayas perdido algo dentro de ti y no te nace disfrutar.

La soledad “simplemente” es una sensación de vacío. Esa sensación de vacío la podemos llenar con diferentes cosas y lo mejor es llenarla con un poquito de nosotros, porque somos los que siempre vamos a estar con nosotros mismos.

Autora: Natalia Rubio Cabezas. Psicóloga. Alumna Máster Psicología General Sanitaria.