Decir que la familia es el grupo principal por excelencia en que muchos adictos suelen escenificar sus trastornos y alteraciones, es confirmar una realidad clínica que se repite con tanta frecuencia, que la inclusión de la terapia familiar en su versión más clásica y conocida1 es una necesidad de sobra aceptada hoy en día en la terapéutica de las adicciones.

No obstante, muchas familias de adictos se sienten aún excluidas de las intervenciones profesionales, pues aún pesa en este campo la tradición de los modelos que han mantenido el foco en el paciente individual. Esta circunstancia puede situar a la familia en un rol de agente patógeno que refuerce la culpa que frecuentemente experimentan sus miembros. Y agrava emociones como el miedo, la impotencia, la rabia, la desconfianza y la inseguridad.

Dado que postulamos la existencia de un paralelismo entre los trastornos psicopatológicos del paciente y los que sufre su familia – llegándose a establecer un proceso de retroalimentación entre ambos, potenciando negativamente la problemática que surge una vez se instaura la adicción –, incluir en los planes de tratamiento un espacio de ayuda para los familiares no sólo les convierte en “instrumentos terapéuticos” con los que conseguir otros fines. Además, permite incidir en la vertiente relacional de los trastornos adictivos y, con ello, mejorar el éxito de los procesos de recuperación. He aquí la importancia de la terapia multifamiliar.

Desde esta perspectiva, resulta imprescindible que la planificación terapéutica familiar contemple e incluya otras modalidades de intervención, además de la terapia familiar de corte clásico, como son la terapia de grupo para familias y la terapia, tanto individual como de pareja, para familiares de adictos en tratamiento (en caso de que sean necesarias).

Detengámonos en una de dichas modalidades, cuya praxis se ha asociado en muchas ocasiones únicamente con la autoayuda o con la intervención psicoeducativa (Escuela de Padres). Me estoy refiriendo a la terapia multifamiliar o, lo que es lo mismo según nuestra manera de entenderla, a la terapia de grupo con familiares y P.E.S2 de sujetos en tratamiento.

Dado que este tipo de intervención ofrece buenos resultados y posee un favorable peso específico en el cómputo terapéutico global, merece la pena que comente someramente los objetivos y beneficios de la misma:

Crea un espacio terapéutico propio para familiares y un grupo de referencia que frene el proceso de despersonalización familiar.

Las personas más cercanas a los adictos sufren un progresivo deterioro psicológico imputable a diversos factores; el apropiamiento involuntario por parte de los familiares (especialmente los padres y la pareja) de funciones, roles y cometidos que corresponden al adicto según éste se vuelve más negligente o incapaz3.

La enorme tensión que provocan las adicciones en quienes están cerca del adicto dadas las situaciones límite que les toca vivir. La voracidad emocional de trastornos como los que acompañan a las adicciones. La reclusión de los familiares en la problemática adictiva de manera que la misma se esclerotiza y cronifica por efecto de su participación en la ella, etc.

Se podrían dar muchas más razones, pero el resultado final seguiría siendo la ya apuntada despersonalización de los familiares. Y la desaparición de distancias emocionales adecuadas respecto al problema y al sujeto del mismo.

El grupo de terapia multifamiliar proporciona un referente a sus integrantes que contrarresta eficazmente todas estas distorsiones, devolviendo poco a poco el sentido de individualidad a los familiares.

La terapia multifamiliar favorece el intercambio de experiencias y soluciones.

De manera similar a lo que sucede en psicoterapia de grupo con pacientes; las sesiones de terapia multifamiliar sirven para que sean los propios participantes quienes obren de terapeutas los unos de los otros; aportándose información significativa tanto vivencial como sobre las posibles formas de enfrentarse a las respectivas problemáticas.

Aunque no hay mejor maestro que aquél que ha experimentado algo parecido a lo propio y ha sabido resolverlo4; para que quien recibe dicha información pueda utilizarla favorablemente tiene que poder “encontrarse” con aquella persona que la ofrece. Y las sesiones de terapia multifamiliar son espacios de encuentro; siempre y cuando el terapeuta sepa proveerlas de las condiciones necesarias para que así sea.

Incide en cuestiones emotivo-afectivas desde un marco de empatía e identificación.

La posibilidad de abordar alteraciones, trastornos y problemática afectiva general en un entorno cómodo para los familiares ayuda – y mucho – a que solventen dichos problemas. De sobra son conocidos los beneficios de un ambiente verdaderamente empático; que permita a quien en él se encuentre sentirse cada vez menos extraño, tanto consigo mismo como con las dificultades que le toca vivir.

No basta, sin embargo, con confortar y ser confortado (“mal de muchos, consuelo de tontos”) sino que es indispensable, un verdadero encuentro entre quienes participan en las sesiones a fin de que resulte posible trascender las propias escenas traumáticas. Dotándolas de nuevo significado, así podrá liberarse de las reacciones y comportamientos estereotipados incluidos en las mismas.

La terapia multifamiliar posibilita las intervenciones de talante psicoeducativo.

Antes he comentado que juzgo un error confundir esta modalidad terapéutica familiar con las denominadas Escuelas de Padres, en las que – desde distintas perspectivas – se entrena a progenitores en el afrontamiento de determinadas problemáticas. No se incide en demasía en otro tipo de cuestiones más profundas, y todo desde un enfoque predominantemente educativo.

Pues bien, el hecho de que consideremos a la terapia multifamiliar como algo que trasciende lo formativo, no quiere decir que no posea importancia esta dimensión terapéutica y que no se tenga en cuenta.

En las primeras fases de la intervención multifamiliar predomina un enfoque psicoeducativo -recogiendo las ideas de Anderson acerca del tratamiento psicosocial de la esquizofrenia- sobre otro más decididamente psicoterapéutico, pues las familias necesitan orientación e indicaciones claras tanto respecto a los fenómenos adictivos como al programa terapéutico5.

Con todo, además de proporcionar a las familias información básica sobre dichos fenómenos, se intenta establecer un marco terapéutico de diálogo que favorezca la expresión racional y emocional de los distintos problemas de los asistentes. También se pretende que oriente en el establecimiento de futuras líneas de trabajo individual y colectivo, pretendiendo que las familias se impliquen progresivamente en las tareas y cometidos que se derivan del proceso de rehabilitación.

Facilita el tránsito de la experiencia propia y constrictiva de los familiares a la comprensión de los fenómenos generales que acompañan al proceso adictivo.

Puede parecer mentira en una sociedad tan informada como la nuestra que los familiares de quienes sufren una adicción sientan que las experiencias que les tocan vivir son extrañas, únicas e irrepetibles.

Ello se debe, no sólo al efecto que nos causan a todos nuestras propias emociones (estamos metidos en ellas), sino también a que poco a poco la tensión emocional va consiguiendo que los familiares asuman papeles y roles que no les corresponden.

Esto hace que intenten controlar (infructuosamente casi siempre) el comportamiento alterado del adicto, contemporizando en los conflictos, intentando obsesivamente que no consuma drogas y – en definitiva- ofreciendo toda su vida a la servidumbre de la adicción.

Lo habitual es que la situación degenere hacia un permanente estado de conflicto y /o hacia una ceguera patológica, de manera que los familiares se convierten en una especie de mártires por la causa y que se comporten con una irracional abnegación. El final es una autoanulación absoluta que acaba convirtiéndose en una situación de cuasi – esclavitud voluntaria.

Encontrarse con otras familias que aportan, transmiten y repiten las mismas actuaciones, afectos y vínculos es como mirarse en un espejo, “verse los michelines”6 y darse cuenta de que los demás también los tienen pues han seguido la misma “dieta defectuosa”.

Proporciona una vía de acceso menos tensa que la terapia unifamiliar a las patologías relacionales y vinculares.

Dice el refrán que “divide y vencerás”.

Teniendo nuevamente en cuenta la enorme conflictividad que caracteriza a estas familias y la frecuencia con que existe una situación de grave enfrentamiento entre el adicto y su familia7 al inicio del tratamiento, en la práctica resulta inviable conseguir cambios significativos hasta que dicha tensión no aminora.

Debido a ello, siempre nos ofrece un buen resultado reducir al mínimo en las primeras fases del proceso terapéutico las sesiones y entrevistas conjuntas paciente – familia y, mientras, trabajar por separado con ambas partes hasta que la intensidad de sus conflictos descienda a un nivel que permita la intervención unifamiliar.

Potencia la adquisición de nuevos recursos mediante su entrenamiento en un entorno menos traumático.

Las situaciones familiares de crisis tienen un componente fóbico tan intenso que no resultaría viable la capacitación de los familiares de adictos, al menos inicialmente, si no se interviene previamente sobre el nivel de tensión interpersonal para que disminuya. Algo muy difícil de lograr en sesiones unifamiliares al comienzo del tratamiento.

Una vez que se logra, la posibilidad de la multiplicación dramática8 convierte el grupo multifamiliar en un catalizador terapéutico o incluso en un reactivo para quienes no se habían planteado siquiera que, en muchos más momentos de lo que se piensa, los problemas son las soluciones adoptadas y que, si sólo se aborda el componente emocional, los comportamientos concretos – que a la postre suponen el cambio – quedan sin producirse.

El role – playing pedagógico tiene por todos estos motivos mucho qué decir en este tipo de intervención. Otro tema diferente es la fantasía del “manual de instrucciones” que caracteriza según mi experiencia a estas familias.

La realidad es una construcción que se lleva a cabo en la interacción y puede modificarse en el ámbito interpersonal, dicho lo cual no resulta comprensible un programa de abordaje de las adicciones que no incluya la incidencia sobre las relaciones familiares.

En nuestro caso, el Programa de Terapia Familiar de la Fundación Instituto Spiral se desarrolla de forma paralela al programa individual que sigue el paciente. Las metas de la intervención familiar serían la recuperación y el mantenimiento de niveles de energía físicos y psicológicos adecuados en los familiares que participan en el proceso (vitalidad). La asunción por parte de los mismos del papel central en la propia vida y de la responsabilidad del autocuidado (autonomía); el incremento de la objetividad respecto a la adicción y a los problemas y dificultades del adicto y de la propia familia (realismo) y la estabilidad emocional frente a la rumiación constante de sentimientos de insatisfacción, de vacío y de angustia (autocontrol).

Sin perjuicio de todo lo dicho y aunque parezca difícil de admitir para quienes “se dejan la piel” en el campo de la intervención familiar. Quiero finalizar este texto señalando una realidad tan cruda como evidente; no todas las familias de nuestros pacientes desean ser ayudadas. Bien por su escasa conciencia de la situación o bien por una decisión voluntaria de no implicarse, muchos familiares de sujetos adictos no van a asumir el papel ni las responsabilidades que les competen en el proceso terapéutico de los mismos.

Y ello no supone necesariamente que el paciente no pueda resolver su adicción o que su tratamiento sea “de segunda división”. De hecho, incluso aunque se establezca una buena alianza terapéutica, así como una eficaz colaboración entre profesionales y familia, tales predictores de intervención exitosa no garantizan nada si la propia persona en tratamiento no se compromete a protagonizarlo con todas las consecuencias.

Autor: Leandro Palacios Ajuria, Psicólogo Clínico

 

1 La que reúne al paciente y a su núcleo familiar junto al(os) terapeuta(s) en una misma sesión.

2 Personas significativas del Entorno Sociofamiliar.

3 Hay que tener en cuenta que muchas veces esta circunstancia se produce por una premeditada manipulación del adicto a uno o varios de sus familiares; a quienes chantajea emocionalmente para que le sustituyan y asuman sus responsabilidades. Cierto es que la otra persona ha de aceptar dicho “juego” para que éste se lleve a cabo.

4 Este es uno de los efectos beneficiosos del modelado grupal sobre el bipersonal.

5 Para explicar esta cuestión, suelo valerme del ejemplo siguiente; si pasas por un río y ves que alguien se está ahogando, espero que no se te ocurra impartirle una clase de natación en ese momento. Aunque estés convencido de que lo ideal sería que supiera nadar y se salvara a sí mismo. Antes bien, le intentarías sacar del agua y, una vez pasado el peligro mayor, es cuando le ayudarías a que aprendiera a nadar.

6 Otra expresión de Pablo Población Knappe.

7 Suelo comentar medio en broma medio en serio que un porcentaje muy elevado de adictos al empezar tratamiento tienen “una oreja más grande que la otra”; refiriéndome a la presión que ha de ejercer su entorno sociofamiliar para que esto suceda.

8 Este es un concepto psicodramático que alude a la cualidad y capacidad que tienen los grupos terapéuticos para no sólo multiplicar cuantitativamente las alternativas comportamentales ante una misma situación sino para ayudar a las personas a mirar sus dificultades de otra manera.