Si me tengo que definir, sólo me salen términos técnicos y no estoy aquí para seguir poniéndome trampas como esas que dificultan mi comunicación. Este fin de semana fui a un concierto que he estado esperando mucho tiempo. Sin embargo, en el concierto, estaba como acorchado. No sentía nada bueno ni malo, me esforzaba en hacer como si disfrutara. Esta sensación de vivir mi vida como si viese la de otra persona a través de un cristal, sin que me transmita emociones ni pueda actuar sobre ellas me dificulta mucho la capacidad de disfrute de la relación con los demás y conmigo mismo.
He perdido una beca decisiva para mi carrera por no respetarme y dejarme poder por la competitividad. He perdido oportunidades de ganar una plaza por no respetar un esfuerzo continuado. He perdido horas de disfrutar con mi familia por no respetarles y no compartir sus sentimientos. He perdido mucha vida esperando a morir para no tener que comprometerme. Me resulta más fácil demostrar mi respeto a los demás que a mí mismo. Y eso es porque el respeto no se exige, sino que se gana. Y hasta ahora no me he querido lo suficiente para poder ser un ganador.
Mejorar la comunicación con los demás y conmigo mismo es uno de los objetivos que le planteé al terapeuta de Instituto Spiral en la primera consulta. Es el cuarto terapeuta al que acudo y el primero que ha sabido ponerme en mi sitio y a la vez darme un sitio. Gracias a la terapia individual he ganado algo de respeto por mí mismo. Me ha evitado tener que ser el listillo de siempre que replicaba a los profesores en clase. Me ha sacado mucho de la inflexibilidad que me paralizaba antes de compartir piso con alguien que escribía con faltas de ortografía. He sido capaz de emocionarme en terapia después de no haber llorado desde hace más de diez años. Así que por ese respeto que nos tiene a todos, esto para mí no va a ser una tarea de la que salir airoso sino un compromiso de respeto a los objetivos que quiero conseguir.