El adicto es permisivo. Permite que sus deseos le venzan aunque luego sufra y se culpe por ello.

Permite que sus emociones y estados de ánimo se le impongan y dirijan su comportamiento. Permite que sus acciones estén gobernadas por los impulsos y ello le crea un intenso malestar.

Permite que los demás le utilicen; bien de una manera indiscriminada o bien de forma puntual. Permite, en definitiva, que la adicción le robe el protagonismo sobre su propia vida y le convierta en un observador impotente que sufre sin poder hacer nada.

Pero, ¿es esto es siempre así? No del todo. El adicto se aprovecha de la permisividad, pues la permisividad carece de valores y es temeraria. Como no tiene nada que perder, no tiene nada que defender. Sólo quien valora algo no lo expone a riesgos innecesarios.

La permisividad es la comodidad del momento aunque implique muchas incomodidades posteriores.

Al adicto permisivo le importa muy poco o nada lo que suceda en torno suyo e, incluso, le importa muy poco o nada lo que le suceda a él mismo.

¿Se puede curar un adicto que sea permisivo? No. Quienes hayan recaído lo saben de sobra. La permisividad es dejadez, es descontrol, es autoengaño, es dependencia, es recaída. Permisividad es sinónimo de hedonismo, de consumismo, de falta de valores, de ausencia de motivación y de firmeza.

Al permisivo sólo le estimula lo fácil, lo cómodo y lo inmediato, pero todo ello sin demasiado entusiasmo ya que en el fondo no es feliz. Porque le falta algo que dé continuidad a su vida y le conduzca a la satisfacción verdadera y no a la momentánea.

¿Cómo se trabaja la permisividad?

No se pueden buscar soluciones mágicas. Las herramientas son de sobra conocidas y tienen nombres que no dejan lugar a dudas. Se llaman normatividad, sinceridad, sentido crítico, responsabilidad y constancia.

Autor: Leandro Palacios Auria, Psicólogo clínico