La pandemia es la orfandad del contacto humano.

No podemos ofrecernos las manos, no podemos practicar liturgias con besos como protagonistas, no podemos darnos pellizcos; zarandearnos, abrazar con ganas o sin ellas.

Los gestos desde la distancia, los saludos con los codos, con las palmas que se llevan al corazón en presencia del otro, nos dejan hambrientos y perplejos; con una sensación de compensación avergonzada que no colma a nadie. Sin poder tocarnos, el tacto se adormece en una espera bien lubricada con geles y líquidos desinfectantes mientras se pregunta en qué usarse a sí mismo.

El contacto físico en psicoterapia siempre ha sido un tema controvertido. Su mal uso por parte de pacientes y de terapeutas – incluso aunque sea bien intencionado – atenta contra la confianza en el vínculo terapéutico, lo desvirtúa y contamina de elementos transferenciales y contratransferenciales. La ausencia del mismo, en cambio, convierte el ejercicio terapéutico en algo mecánico y desnaturalizado.

La asepsia extrema resta humanidad a la terapia; amputando muchos de los beneficios de la presencia física para personas que se tienen al alcance de la mano. Durante mi formación psicodramática no sólo descubrí la potencia del contacto corporal como elemento sanador sino que tomé consciencia de que numerosos pacientes lo buscan y necesitan. Me refiero, por supuesto, al contacto corporal instrumentalizado por un profesional debidamente instruido que sepa respetar las precauciones y restricciones que limitan su uso.

Descubrí además que no son simétricos los caminos del tocar y del ser tocado y que sentirse cómodo en uno de ellos no implica lo propio con su complementario.

La pandemia está afectándolo todo y cambiando las reglas previas en muchos ámbitos.

Aunque tenemos más sentidos, la pandemia se ha encarnizado especialmente con el tacto. Podemos hacer terapia sin trato físico y disponemos de otras estrategias eficaces, tanto presenciales como no presenciales; para ayudar a nuestros pacientes a conseguir sus objetivos.

Pero me niego a renunciar a perpetuidad al tacto y al contacto. Me niego a asumir que hacer terapia sea “únicamente” un proceso de comunicación verbal con presencia o con ausencia (o presencia virtual, si se quiere) de paciente o terapeuta.

 

Autor: Leandro Palacios Ajuria, Psicólogo clínico

“Notas pie de página” 

1 Y no hablemos de las posibles consecuencias éticas y legales.

2 Reza una leyenda urbana que Freud diseño el setting psicoanalítico como lo hizo para evitar el contacto con sus pacientes dada su personalidad paranoide

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