En mi última consulta individual hablamos de la ganancia secundaria del síntoma, y decíamos que es real que la persona obtiene o cree que obtener una ganancia, emocional o racional, si el síntoma permanece o ella lo hace permanecer. Y la pregunta para mí es: ¿qué crees que obtienes con esos pensamientos negativos que te invaden a veces?.

Hay tres cosas en mi caso. Una es la inercia de que esos pensamientos han fluido conscientemente o no durante mucho tiempo, y siempre he sido tan torpe de batallar contra ellos, sin dejarlos fluir o aceptar.
La segunda es más complicada y yo lo traduzco como una herramienta del adicto. Él sabe que donde hay tensión, confusión y estrés y malestar hay o habrá consumo. Y generar esos estados es también una inercia, está basada en un hedonismo infantil o adolescente que sostiene que no se puede estar mal en ningún momento y bajo ninguna circunstancia y por eso excusa que, como hay malestar, hay o tiene que haber consumo que lo remedie. Es miedo, es ingenuidad.

La tercera es más complicada aún, pero no por eso incierta, y es donde me enamoro de la persona. A muchos nos ha pasado “eso” o algo parecido:

Ante el caos emocional y racional al que asistí con los consumos y la ruina de mi familia, he salvaguardado parte de ese caos, creo. Es un mecanismo de protección. Primero porque no sabía qué hacer, no sabía cómo gestionar algo que me había sobrepasado y que era más grande que yo. Llegó un momento en que cada consumo me revestía de una forma nueva y de alguna forma había una respuesta a los demás y al entorno sobre aquel caos. El caos era cada vez más invasivo y, ya una vez paralizado, sólo quedaba buscar la manera de obtener nuevos consumos que disfrazaban el caos momentáneamente y postergaban la solución. Lo más dañino era que se paraliza la capacidad de tomar una decisión. La única decisión era dejar de consumir. Yo no lo  veía y/o no lo quería ver. Y el caos se convirtió en mi forma de vida, en lo que yo era.

Aunque parezca imposible, el caos liberaba ciertas tensiones, encubría lo que hacía daño, me anestesiaba del dolor que sentía por diferentes cosas y, sobre todo, daba una cierta creatividad y originalidad al agobio y a la angustia, a la vez que podía entrever el valor de mis emociones aunque estuvieran tan mezcladas y borrosas. También había momentos de placer físico. ¿Todo eso es ganancia de ese síntoma?. Hoy día sólo aparece ese caos a momentos. Ahora sé gestionarlo. Poco a poco, y no sin mucha ayuda, se ha ido transformando en bienestar, en experiencia y en conocimiento de uno mismo. He aprendido del caos y me siento orgulloso porque mi yo adulto, ahora, puede con aquello que aterraba y acobardaba, seducía y fascinaba, al niño, al chico. Entiendo mis angustias, mis aflicciones y las acepto, y tengo herramientas para cuando vuelve el caos. Y volverá a momentos cada vez menores porque, al fin y al cabo, soy yo mismo y  ese caos me pertenece ya que integra una parte de mi mismo, de lo que he vivido y vivo.

AUTOR:  Paciente poliadicto con trastorno paranoide de la personalidad