PREGUNTA: ¿Te gustan los conflictos?

RESPUESTA: No, ni a nadie que yo conozca.

PREGUNTA: Entonces, ¿por qué te dedicas a ellos?

RESPUESTA: Porque en realidad no me dedico al conflicto, me dedico a la solución de los conflictos.

PREGUNTA: ¿Y qué haces tú con tus propios conflictos?

RESPUESTA: Buenamente lo que puedo, lo mismo que intento que hagan las personas a quienes atiendo.

PREGUNTA: Pero ¿para ti que es un conflicto?

RESPUESTA: Ésta es una de las cuestiones básicas y centrales de todos los modelos psicológicos y especialmente de los psicoterapéuticos. Para que haya solución tiene que haber conflicto o, si se quiere, problema y es aquí donde todo se complica puesto que hay problemas objetivos que las personas que los padecen no los viven como tal y también existen otros que no lo son tanto pero quienes los tienen los experimentan como desgarradores. En fin, que muchas de estas cuestiones dependen de la perspectiva y de la manera en que enfoquemos los avatares que nos toca vivir.

PREGUNTA: ¿Te sientes cómodo con los conflictos?

RESPUESTA: En absoluto, pero la propia incomodidad del terapeuta puede servirle como guía para asistir a sus pacientes.

PREGUNTA: ¿Qué es lo contrario del conflicto?

RESPUESTA: Ni idea, porque decir que la ausencia del mismo es algo tan simplista que no creo que explique demasiado. Incluso me planteo si resulta posible vivir sin conflicto alguno.

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Un breve repaso a las propuestas de los grandes modelos psicológicos y psicoterapéuticos pondrá de manifiesto el papel central que la definición y el abordaje de los conflictos humanos desempeñan en todos ellos. No obstante, cada cual ofrece sus propias explicaciones al respecto y, en base a las mismas, fabrican la estructura de sus terapias. Así, desde el conflicto inconsciente propiedad del psicoanálisis hasta los patrones de comportamiento disfuncionales a los que apuntan modelos basados en el comportamiento humano pasando por las creencias irracionales y disonancias cognitivas de modelos cognitivistas, los conflictos relacionales y emocionales de los postulados sistémicos y humanistas e incluso los conflictos trascendentales que tienen que ver con la búsqueda del sentido de la propia existencia, todas las proposiciones y planteamientos terapéuticos hacen del conflicto un pivote fundamental de intervención. Yendo más lejos aún, son muchos y de filiaciones diversas los terapeutas que utilizan distintas tácticas generadoras de conflicto no sólo para revelar, manifestar y ventilar conflictos en sus pacientes sino incluso para crearlos a la espera de que tales tensiones hagan que las personas en conflicto busquen maneras más sanas de gestionar sus retos vitales.

Me descubro en más de un momento pensando en la ironía de que los profesionales de la terapia ayudemos a nuestros pacientes a solventar con mayor o menor eficacia sus conflictos mientras que los nuestros en ocasiones distan de estar resueltos. Incluso rizando el rizo – al menos en mi caso y seguro como una servidumbre más de mi psique obsesiva – llegamos a “conflictuarnos” con los conflictos propios y ajenos. Tengo claro no obstante que la solución de los conflictos personales únicamente admite una plaza y cada cual tiene que decidir si quiere ocuparla.

Trato de imaginar cómo sería una vida sin conflictos y, a primera vista, luce apetitosa. No obstante, una segunda mirada me lleva a plantearme si una vida sin ruido, una vida en la que todo encaje, una vida en que nada desentone es vida de verdad o tan sólo una estampa inanimada.