Después de muchos años empapándote de teoría, observando a grandes profesionales y haciendo pequeñas intervenciones, llega el momento de enfrentarse a los pacientes, de hacer psicoterapia. Llega el momento de ejercer en esa profesión para la que llevas tantos años formándote. Y es ahí cuando te das cuenta de todo lo que te queda por aprender, de todas las resistencias, de todos los errores que cometes y las habilidades que no posees o que necesitan ser más desarrolladas.

Al empezar este Máster recuerdo que me preguntaron por mis miedos y mis debilidades como terapeuta. Muy digna y segura de mí misma, no encontré apenas cosas que escribir. Qué ingenua, cuánto me quedaba por aprender, sin yo saberlo.

El papel de la frustración y la impaciencia en la terapia

En estos dos años de prácticas he tenido la oportunidad de aprender mucho sobre la psicoterapia y también sobre mí, como terapeuta. Pero hoy, quiero destacar el papel de la frustración y la impaciencia a la hora de hacer terapia; dos errores que desde este año están presentes en mi práctica clínica, más a menudo de lo que me gustaría.

Al principio no era consciente, yo estaba con los pacientes, escuchaba, respondía y actuaba con el objetivo de ayudar. Después, con algún paciente que otro, me sentía más nerviosa de lo normal, me daba cuenta de que cuando mi compañera hablaba yo pensaba ¿solo le va a decir eso?, ¿ya está? Los días con esos pacientes pasaban y yo sabía que algo no estaba bien, creía que era porque no eran de mi agrado, aunque no estaba segura del todo. Justificaba mi incomodidad centrándome en actitudes o formas de ser “negativas” de ellos.

Hasta que un día tuve la suerte de tener una supervisión en la que compartir mis casos y hubo una persona que de buena manera me puso en mi sitio. Me habló de la frustración y la impaciencia, de cómo dejamos de caminar al lado de nuestros pacientes, dejamos de acompañarlos porque priorizamos cómo queremos que estén, cómo nosotros con todas nuestras herramientas pensamos que deberían estar. Dejamos de ver a la persona que estamos tratando, perdemos el foco, presionamos y nos frustramos.

Y en ese momento me entendí, entendí todo lo que había estado sintiendo durante las sesiones, entendí por qué me ponía nerviosa y me sentía un poco enfadada con algunos pacientes. Quería que estuvieran bien, ya, quería encontrar la técnica o el botón que hiciese, que conectasen, que dejasen de autoengañarse, que empezasen a actuar, que se abriesen, etc. Gracias a conocer lo que me estaba pasando pude conectar, crear una buena relación terapéutica, dejar de culpar al paciente. Pude empatizar y sobre todo volver a creer en mi paciente y en el proceso terapéutico. Fue un cambio de 180º en el vínculo y en mi disposición como profesional. Esta experiencia me ha provocado diferentes emociones como tristeza, rabia o vergüenza, no me ha gustado, pero sí me ha enseñado. He aprendido a reparar el vínculo, a ser consciente de que la forma de ver a las personas en parte depende de nosotros mismos, de en qué decidamos fijarnos. He aprendido que debemos estar en constante revisión como profesionales y también, a darle mucha importancia a las supervisiones con otros profesionales.

La importancia de formar a los profesionales de la psicología

Con este post me gustaría resaltar la importancia de formar a los profesionales de la psicología en aquellos errores, prácticas o emociones que puedan afectar negativamente a nuestros pacientes, como en mi caso han sido los sentimientos de frustración e impaciencia.

Autora: Sofía Benavides Ruiz. Psicóloga. Alumna Máster Psicología General Sanitaria.