A la vuelta no hacía más que pensar en la sesión de grupo.
¡Cuántas emociones, cuántos ratos, cuántas percepciones, cuánto amor! Cuánto nos ha hecho perder nuestra adicción. Lo mejor ahora es recuperar el tiempo perdido, lo olvidado. Mejor dicho, construir ratos, percepciones, emociones, personas a las que tanto daño hemos hecho, a nosotros mismos.
Seguro que todos hemos pensado alguna vez: “Me gustaría tener veinte años menos, pero con la misma experiencia y sabiduría que tengo ahora”. Quiero sentir que es eso lo que estoy viviendo ahora. Durante este tiempo de consumo descontrolado, había borrado de un plumazo las sensaciones, los afectos, los compromisos que más me han ido construyendo en mi vida, los había olvidado. El juego de la cuerda me recordó el dibujo del sombrero del Principito. En este caso el atrapado dentro de la boa era yo, no el elefante. Además creía y quería que los demás, incluso yo mismo, que se viese un sombrero y no una boa (el alcohol) que me estaba destrozando sin darme cuenta.
A propósito de la cuerda, me hace pensar en las ataduras que el alcohol me ha ido provocando:
• Una ha sido la del “al que le toca le toca”. Es la cuerda del fatalismo. He pensado muchas veces cosas como: “siempre ha sido así…No se puede cambiar…Así es la vida y así será”. Si me convenzo de esto, ya me puedo despedir. Sin embargo, quiero cambiar eso de “al que le toca le toca” por: “al que le toca, le toca cambiar para ser uno mismo y dejar de ser el otro”.
• Otra de las cuerdas es las del “Todos lo hacen”. El sistema nos invita a ser personas que no podemos relacionarnos sin tener un vaso o una botella que contenga una bebida alcohólica. Además, la publicidad cada vez es más atractiva. Bebidas nuevas, sofisticadas y muy sugerentes. Parecen decirnos aquello de: “Ver, oír y tragar”. Lo peor es que esta cuerda nos maneja la cabeza y el corazón. Además creemos que no nos manejan.
• Está la cuerda del “¿Y a mi qué?”. Es aquella por la que pensamos (Yo lo he pensado muchas veces) que eso del alcoholismo es cosa de otros. Por eso nos encogemos de hombros. Me recuerda esta situación al poema de Bertold Brech que viene a ser….A ese le ha tocado ¡qué desgracia! , al otro también ¡Qué pena”!, ahora me ha tocado a mi ¿No será tarde?
• Otro cordel es aquél del “si fulano controla, yo también”. Además, como lo hace, no será perjudicial para mí, ni tengo por qué ser mal mirado ni criticado.
Pero lo que siento es que estas cuerdas están juntas unas con otras y me atan las manos, la cabeza, el corazón, la lengua, los ojos la voluntad…en fin a toda mi persona.
Tal vez lo peor de todo es cómo cortar todas las ataduras. Lo más claro es que quiero hacerlo y repetirme, frente al “no hay más remedio”, que la vida no es una fatalidad. La resignación no conduce a nada. De haber sido así no sé cómo estaría la humanidad ahora.
Cuántas veces hemos dicho en el grupo: “Es que todos lo hacen”, “es una costumbre de socialización”… Pues me da igual, yo me socializo como quiero. No estoy dispuesto a sentirme como una marioneta. Tal vez interese o nos interese más que estemos satisfechos (de alcohol) porque así estamos dormidos.
Pienso y siento que ahora que volamos y somos, al menos, más libres, tengo que cortar esa cuerda que impedía que fuese yo y me convertía en marioneta.
AUTOR: Paciente en tratamiento por adicción al alcohol