Han pasado por mi mente distintos momentos en los que -por intentar ocultar- he mentido y no solo eso, he negado el consumo, cosa que evidentemente ha sido imposible ocultar. Pasado el tiempo me declaro absolutamente culpable y sé que la semilla de la desconfianza está sembrada. Semilla que gracias al cambio de actitud y sobre todo de vida no ha germinado, pero soy consciente de que en cualquier momento en el que recaiga acabará por florecer y seguro que las consecuencias no van a ser nada buenas. Muchas veces hemos comentado sobre la dependencia y sobre la “enfermedad” que padecemos, sé que es así y que la adicción a la bebida transforma nuestra personalidad convirtiéndonos en unos seres, que no personas, falsos, desprovistos de cualquier sentimiento hacia los que nos rodean y capaces de cualquier cosa con tal de ocultar nuestro estado. ¿Cuantas veces he prometido que no había bebido, cuantas que no volvía a beber y cuantas he negado lo evidente?. Muchas, cientos de veces. He mentido a la persona que más quiero en el mundo, he sido capaz de engañar con la mirada fija, aguantando el tirón sin pestañear negando una y mil veces, un día y otro. Es terrible recordar estas situaciones, me arrepiento profundamente de haber llegado a esos extremos y sinceramente prefiero que el sentimiento de culpa sea doloroso y que me ayude a nunca más volver a caer.

Somos personas con problemas, la mente es un enemigo muy difícil de combatir, somos capaces de autoengañarnos, de mentirnos sin complejos, de romper promesas y juramentos con tal de lograr algunas horas de complacencia, de tranquilidad interna y, como en mi caso, acabar con los problemas de un plumazo. ¿Por cuánto tiempo? Lo hemos hablado en algunas ocasiones, lo que dura el efecto del alcohol: unas horas, ¿un día? Tras la calma llega la tempestad, la resaca, la vuelta al mundo real con un gran desasosiego… momentáneo, que desaparece con la siguiente libación. Uno ha de reconocer todos estos hechos, interiorizar el dolor y la falta de confianza de las personas que nos rodean para lograr salir del oscuro agujero. Hace falta también mucha fuerza de voluntad y mucha ayuda, la primera necesita el empuje personal. Para lograr la ayuda hay que abrirse, reconocer la dependencia, aguantar el “chaparrón” y reconocerse mentiroso, débil y dependiente. Una vez hecho esto, y en general, los que nos rodean tienden la mano, procuran convertirse en fuertes apoyos para lograr alcanzar la meta. Pero somos nosotros los que tenemos que dirigir la marcha, tenemos que ser capaces, con paso cada vez más firme de ir abriendo el camino. Un camino tortuoso, difícil y lleno de escollos pero que va perdiendo complejidad a medida que se avanza. No creo que haya otra fórmula, desde luego que a mí me está funcionando y ahora mi sentimiento hacia la bebida es de enorme respeto, pero lo que no se me olvida y nunca se me olvidará es haber sido capaz de mantener la mirada mientras negaba lo evidente.